El Picahielo
La tenue luz azul que se filtraba por las persianas ayudaba a ver el desorden que reinaba en la habitación. Sobre la silla, la pasión yacía mal doblada, en el suelo un montón de besos desparramados, a los pies de la cama el amor completamente revuelto con caricias ardorosas; en el buró, sin orden alguno, promesas, juramentos, fe y lealtad, se quemaban junto a las colillas a medio apagar de un viejo cenicero.
Cubiertos con una delgada gaza de esperanza, los amantes vestidos sólo con un pálido dolor, miraban, abrazados y sin poder conciliar el sueño, los trajes de indiferencia y olvido que colgaban en las puertas del ropero apolillado. Ese odioso par de trapos que deberían usar cuando la alegre luz del sol señale el momento del adiós y haga huir a la tenue luz azul que se filtra por las persianas.
Cubiertos con una delgada gaza de esperanza, los amantes vestidos sólo con un pálido dolor, miraban, abrazados y sin poder conciliar el sueño, los trajes de indiferencia y olvido que colgaban en las puertas del ropero apolillado. Ese odioso par de trapos que deberían usar cuando la alegre luz del sol señale el momento del adiós y haga huir a la tenue luz azul que se filtra por las persianas.
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