La Vida Moderna -Sueños movidos-
Es una cena familiar, escena no tan cómoda, no tan desangelada, todos estamos presentes, mi padre está vivo -cosa que no me impacta, tiene la costumbre de aparecer en todo momento en las reuniones-, la actitud de todos es para considerarse, fraternos, mucho más que en la vida real. La cena es larga, críptica y, de forma abrupta, me encuentro caminando por los largos corredores externos, la noche cae lenta y para variar, se que debo escapar una vez más. Subo las amplias escaleras al torreón-terraza o balcón (es un poco de todo y a la vez no es nada) con sus esbeltas columnas que soportan los arcos de cantera tallada y enmarcan el cielo azul/violeta/rosáceo imposible de definir en ese punto crepuscular tan notorio, tan onírico. Pocas estrellas se dejan ver entre las coloridas nubes, abajo sopla una brisa tropical, cálida y húmeda. Frente a este lugar se extiende el bosque, oscuro por la poca luz, es largo como el horizonte y sirve de base para los elegantes y modernos edificios que -entre reales y ficticios- componen el perfil de Polanco.
La noche es extraordinaria, el paisaje semeja un primer mundo, lleno de luces y tecnología, un mundo de falsedad y artilugio que sólo en la oscuridad engaña. Mi mente vaga, perdida entre la ambiguedad de la imagen y la verdad. El contenido de mi copa, dejada en el pretil en pleno arrobo ante la vista, cae al suelo, la casa entera parece cimbrarse, se reacomoda como perro buscando el punto exacto para echarse, me ubico al centro de la torre y veo, trato de escuchar, no tengo miedo. Las aves del bosque de Chapultepec levantan vuelo al unísono, el silencio aplasta la nocturna escena, como en cámara lenta giro poco a poco y los edificios se desperezan, se estiran y encogen, como los niños cantando rondas. Las famosas luces del cielo estallan, me maravillan, dan un efecto de carnaval al fin de una era y a lo lejos, un único y uniforme grito de angustia desgarra la fina seda que envuelve a las lejanas estrellas ajenas a la muerte.
El terremoto dura una eternidad, uno a uno los edificios caen, dejan estelas de polvo, humo y fuego. La noche es fiesta de luces, una enorme pira funeraria para el orgullo y la soberbia de una ciudad de analfabetas engreídos. Bajo las escaleras y llego al largo pasillo interior, los enormes candiles de la casa aun se mueven y la familia se reune en el gran salón, no hay grietas ni objetos en el suelo, todos estamos de pie en la penumbra que insiste en ocultar la luz de las lejanas llamas de la ciudad moribunda. Mi padre posa su mano en mi hombro y me mira, en silencio entiendo su orden y salgo a la noche a buscar sobrevivientes...
Despierto, corro al cuarto de baño y mientras tomo una ducha, -desnudo y cubierto de jabón- escucho a mi madre decir, "está temblando y fuerte, eh?", son las 7:38 am.
Preparo mi desayuno, estoy exprimiendo una toronja y escucho en la TV "está sonando la alerta sísmica", ya son las 8:02 am.
Afortunadamente estoy al sur, es de mañana y mis sueños rara vez se cumplen.
La noche es extraordinaria, el paisaje semeja un primer mundo, lleno de luces y tecnología, un mundo de falsedad y artilugio que sólo en la oscuridad engaña. Mi mente vaga, perdida entre la ambiguedad de la imagen y la verdad. El contenido de mi copa, dejada en el pretil en pleno arrobo ante la vista, cae al suelo, la casa entera parece cimbrarse, se reacomoda como perro buscando el punto exacto para echarse, me ubico al centro de la torre y veo, trato de escuchar, no tengo miedo. Las aves del bosque de Chapultepec levantan vuelo al unísono, el silencio aplasta la nocturna escena, como en cámara lenta giro poco a poco y los edificios se desperezan, se estiran y encogen, como los niños cantando rondas. Las famosas luces del cielo estallan, me maravillan, dan un efecto de carnaval al fin de una era y a lo lejos, un único y uniforme grito de angustia desgarra la fina seda que envuelve a las lejanas estrellas ajenas a la muerte.
El terremoto dura una eternidad, uno a uno los edificios caen, dejan estelas de polvo, humo y fuego. La noche es fiesta de luces, una enorme pira funeraria para el orgullo y la soberbia de una ciudad de analfabetas engreídos. Bajo las escaleras y llego al largo pasillo interior, los enormes candiles de la casa aun se mueven y la familia se reune en el gran salón, no hay grietas ni objetos en el suelo, todos estamos de pie en la penumbra que insiste en ocultar la luz de las lejanas llamas de la ciudad moribunda. Mi padre posa su mano en mi hombro y me mira, en silencio entiendo su orden y salgo a la noche a buscar sobrevivientes...
Despierto, corro al cuarto de baño y mientras tomo una ducha, -desnudo y cubierto de jabón- escucho a mi madre decir, "está temblando y fuerte, eh?", son las 7:38 am.
Preparo mi desayuno, estoy exprimiendo una toronja y escucho en la TV "está sonando la alerta sísmica", ya son las 8:02 am.
Afortunadamente estoy al sur, es de mañana y mis sueños rara vez se cumplen.
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