La Vida Moderna -La solidaridad en tiempos de contingencia-
estupidez
De estúpido y –ez
1. f. Torpeza notable en comprender las cosas.
2. F. Dicho o hecho propio de un estúpido.
Nada mejor para sacar lo peor de las personas que una emergencia. Sí, siempre tenemos el recuerdo de aquel terrible terremoto del 85 después del cual los habitantes del, entonces, Distrito Federal nos colgamos mil medallas al mérito solidario y nos autoconsideramos el pueblo más unido del mundo, cosa que reforzó la siguiente gran tragedia que fue el Mundial México 86. Esa palabra que Lech Walesa logró llevar a la cúspide de la atención mundial al llamar así al primer sindicato libre del bloque del Este, cuando el mundo estaba dividido entre buenos y malos (afortunadamente desde entonces ya todos somos malos y no hay que andar con pendejadas). Esa bella palabra que lleva intrínseca la idea de unidad ante una empresa común –si bien no es el apoyo a los que menos tienen, a ver cuando entienden los políticos y averiguan lo que significa una palabra antes de secuestrarla para sus programas chafas-‐, esa palabra que parece decir “si te daña, nos daña a todos” o “tu lucha es nuestra lucha” y demás cursilerías que, gracias a las redes sociales, a los partidos políticos, a la publicidad y a los movimientos ciudadanos, se han vuelto más manoseadas y baratas que algunas “mercancías” del Mercado de la Merced.
Resulta que en un momento coyuntural, como lo es una contingencia ambiental en una mega ciudad como la de México, el rencor por ser castigado en lo más profundo de los pitochico (no sé que metáfora aplicaría para las mujeres en este caso pocachiche? Pocanalga?) que es el uso del automóvil particular, palabras como solidaridad, apoyo, comprensión, lógica, inteligencia y algunas otras más son las primeras en ser desechadas del vocabulario y del proceder de los afectados. De inmediato, cualquier Chencho o Chencha se consideran atacados personalmente y, después de desgarrarse las vestiduras, de cubrir su cabeza con ceniza –o bien, partículas suspendidas totales-‐ y lamentar semejante tragedia por todos los medios se aprestan a lanzar veneno disfrazado de ideas geniales para mejorar la calidad del aire de la Ciudad de México, obvio, sin que les afecte en el uso de la extensión más importante de sus cuerpos: el automóvil.
En plena convulsión ante la noticia la primera gran idea es “por qué no sacan de circulación al transporte público que contamina tanto!” Por supuesto que contamina, la diferencia, cuando uno lo trata de entender, es que un camión transporta, digamos, a 100 changos de un jalón, evitando que 99 de ellos circulen en autos propios. Lo lógico sería pensar que las autoridades encargadas de ello, invirtieran y vigilaran mucho más el buen mantenimiento de las unidades y obligaran al cambio de modelos cada determinado tiempo para mantener el servicio actualizado y contaminando lo menos posible.
Ya que pasa la oleada de convulsiones, los afectados entran en una especie de síndrome de abstinencia en la que sólo pueden ver todo lo que contamina en la ciudad; entonces los ven, algo que está a diario ahí, pero que en otros momentos no les hace mella…Los asqueroso camiones de recolección de basura de la ciudad! Sí, esos malditos vectores de la peste y el mal, deberían desaparecerlos! Estorban, son lentos, echan humo y son un asco. Y ahí va el pobre Chencho en pesero, aguantando axilas ajenas, de pie, expuesto a cosas que no son de dios y el maldito sistema de recolecta anda libre, contaminando a gusto. Esa segunda propuesta es de vital importancia, que dejen de circular esas bestias del mal… Total, ni falta que hacen, qué importa si se acumula la basura un día, dos o una semana; siempre se puede quemar o tirar en el lote baldío. Bueh… Cualquiera pensaría que hay un camión de basura por cada ciudadano para poder considerarlos fuente de toda contaminación, si, es verdad, comparados con los suecos, suizos y holandeses, pues sí, nuestros camioncitos dan pena ajena, pero, también sería deseable que las autoridades nos dieran un mejor servicio de limpia, no suspenderlo para que unos cuantos millones de habitantes de la ciudad que nacieron con el culo pegado al auto no sientan que se les agrede en la más básica de sus libertades.
Poco antes de comenzar a hablar solos, los Chenchitos desesperados se lanzan contra los transportistas –que si bien contaminan que da miedo por las mismas razones que los anteriores, descuido y falta de mantenimiento, sin la atenuante de ser del gobierno y la burocracia, no, generalmente son empresas particulares cuyos dueños prefieren gastar en buenos autos que mantener útiles sus unidades, y con unos choferes que parece que los consiguen en el túnel del tiempo y entre más primitivos mejor-‐ que son casi lo mismo que el diablo para los cristianos. Sí, la ciudad no requiere de esos camiones estorbando y echando humo por doquier. Qué, las vacas, cerdos, pollos y demás animales muertos que comemos a diario no pueden venirse solos? Que los materiales de construcción tampoco? Quién necesita que se surtan supermercados y tiendas? Es mejor poder ir, en tu auto en el momento que te de la gana, al campo a comprar verdura y fruta en Granjilandia el pueblo feliz de los granjeros alegres.
Justo antes de entrar en total modo autismo, exigen las cabezas del gobernador, de sus achichincles, juran que estaríamos mejor con algún otro político, sacan de internet ejemplos de lo que otros países han hecho en esta materia –generalmente se van por países europeos con niveles de educación e idiosincrasia que México, no sólo la ciudad sino todo el país no alcanzará hasta pasado el 2135-‐ y reviven las traumáticas experiencias de los primeros años del Hoy no circula, cuando sus papás golpeaban la mesa, sus madres lloraban de rodillas frente al auto estacionado en el garaje, sin moverse, como si muriera un día cada semana, recuerdan con pena profunda cuando se compró el segundo auto, que sustituiría al otro pobre, ese coche viejo que humillaba nomás de verlo –se les olvida que, seguramente, para muchos, terminó siendo su primer coche cuando se compró el tercero por cuestiones técnicas y de revisión de emisiones-‐, se les escapa de la mente el recuerdo de los pájaros muertos en otros años, de las prohibiciones de hacer actividades al aire libre, de las infecciones de ojos, de la vulnerabilidad de ciertos sectores como lo son los niños y ancianos, total, qué importa si les pasa algo, que no salgan; por qué afectar el sagrado derecho a circular solos en su auto, de ir al Oxxo de la esquina en él, de salir a dar vueltas incesantes para encontrar espacio para estacionarse en esta ciudad insegura.
Que difícil e injusto es tener que ir hombro con hombro con desconocidos nacos en el sistema de transporte, tener que subir a un taxi o al servicio de Uber por algo tan vano como una contingencia ambiental que, seguramente no afectará más que a algunos cuantos que ni conocemos. Desde luego que cuando se trata del auto (las medallas al mérito solidario siempre se guardan en el closet o el cajón de la cómoda o de plano hace algunos años que se empeñaron para comprar otro automóvil) no hay un nosotros, solo jodidos sin coche (pero sueñan con tener uno) y aristocracia sobre ruedas (sueñan con tener uno mejor); quién, en su sano juicio, prefiere ser de los primeros, si hasta un auto amarrado con agujetas te puede dar la ilusión de pertenecer a los segundos.
La gran desgracia de la Ciudad de México no sólo está en su gobierno sino también, en muchos de sus ciudadanos que, como personajes ambiciosos y egoístas típicos de película de desastre, se encargan de labrar un destino ineludible sin importar a cuantos pueden llevarse, siempre y cuando no sea dentro de su coche, que se lo ensucian.
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