La Vida Moderna -de a Madres-

México es un país de madres, en donde el padre es un mero pretexto. Es algo completamente simple y palpable en la cotidianeidad de la existencia mexica, basta ver qué templos reciben más visitas, ¿los de san José o los dedicados a la virgen María?

En una revisión generalizada -como encuesta presidencial-, vemos que la mayoría de las familias rinden culto a la madre, a la abuela y, después, al padre -no importa cuantas veces el padre despeine a la madre o se la miente delante de la propia-. El padre a su vez, rinde culto a su propia madre, realmente son muy raras las familias patriarcales -y aunque lo sean, no importa que tan rebajada o amagada viva la madre, es ella la que se lleva el culto completamente- ya sea por una presencia impositiva del padre o la ausencia de la madre.

En este marco, lo que realmente construye al pueblo mexicano, es el mamar -de andar tras la madre y no sólo de chuparle la teta-, todas las fallas y los aciertos de éste son gracias o por culpa de una -mucha o poca- madre. Las familia se afianzan o se disuelven al sagrado amparo de la mujer que da la vida. Gran parte de la funcionalidad o disfuncionalidad gira entorno a la madre, aunque el culpable a vistas será siempre el padre.

Las hermosas familias de fantasía le deben todo a una madre abnegada, que sabe pedir y dar; que no teme, pero que no toma riesgos innecesarios. Mujeres fuertes que logran inspirar en sus hijos y pareja, la confianza de desarrollarse en libertad generando seres humanos libres de culpas y miedos, dispuestos a enfrentar la realidad del día a día llenos de un sentido de equidad, nobleza y justicia. Madres que reciben justificada adoración y amor.

También las hay solas, por viudez o abandono, que han sacado adelante a sus hijos, sólo con empeño, trabajo y ejemplo. Pocas veces mencionadas, pocas veces premiadas por el cine o la literatura mexicana, estas heroinas anónimas, dejan un legado merecedor de ese culto y ese recuerdo de infatigable entrega. Son esas madres las que logran legar el sentido de justicia, la unidad y el cariño entre sus hijos y recibir de ellos la adoración y el amor imperecedero que reconoce el esfuerzo doble de ser trabajadora y madre.

Claro que no todas las mujeres al quedar solas se refugian en el trabajo y el deseo de ver a sus vástagos salir adelante. Algunas se vuelven ejemplos de victimización y dolor. Otras anteponen la búsqueda del amor -o una manutención cómoda- a tener que enfrentar la realidad. La búsqueda incansable las lleva a enfrentar a toda clase de hombres abusivos -en tantos sentidos y de tan variadas formas-, que la idea de familia se derrite entre sus dedos. Idealizadas hasta en el cine de rumberas -caen en lo más bajo sin perder de vista que es por un bien futuro-, su dolores y peripecias encuentran al final, la dicha de saber que sus hijos son grandes médicos o millonarios empresarios. La verdad es que este tipo de familias dista mucho de eso, generalmente los hijos heredan desconfianza, rencor, miedos y una marcada tendencia a obtener las cosas de forma fácil. Aun así, esa madre recibe culto -a pesar de el sabor culposo de querer reclamar por una salud mental-.

Pero también las hay terribles, las que pasan los miedos y las angustias, las que crían machitos inutiles y golfas indolentes, las que reprimen, las que trauman, las que castigan con tajos y golpes, las borrachas, las drogadictas, las que venden la inocencia de hijos o hijas, las que no soportan vivir y se desquitan -son a las que el Alarma, la voz del pueblo llama hienas y chacalas-. Esas brujas que enseñan a sus hijos a mentir, que inducen al crimen por la facilidad de una fingida necesidad. Brujas perversas que desconocen la dicha si no es dañando, mintiendo. Las que solapan, que desconocen las leyes humanas y divinas.

La madre lo es todo, es esa alfarera que da forma a las vidas futuras, es la que siembra tradición, es la que cura y nutre, la que enjuga lágrimas... la madre es base de la familia y ésta es la base de toda sociedad.

Por algunos siglos contaremos con la seguridad, y la tranquilidad, de que por más que avance la ciencia, madre seguirá habiendo sólo una (el día que varías mujeres paran un sólo crío podremos considerarnos en problemas), por lo menos en el campo de lo biológico. Lo histórico y lo sentimental es harina de otro costal, ya que madres ha habido muchas y de muy variadas formas.

Las primeras madres, seguramente, eran reverenciadas por sabias, por ser metáfora de la tierra fértil -la verdadera madre de todo lo que existe en el mundo-, por ser dueñas de una sapiencia absoluta sobre la vida, el amor, la naturaleza y por su eterno valor frente a la muerte. La mujer tiene y da vida, bendición que le vale el epíteto de diosa, maldición que la confina y limita. Aun el más bruto y bestial de los cazadores debe haberse rendido frente a su madre, quien limpiaba sus lágrimas o ayudaba a sanar sus heridas. Desde entonces no ha habido llanto más fuerte y desgarrador que el de los hijos que pierden a una madre. No había flores, cuentas o vasijas suficientes para que la acompañaran en su viaje al otro mundo. No había herida más profunda, ni más tardada en cicatrizar que sentir la soledad de las noches sabiéndose huérfano ante el mundo.

Las segundas madres no eran tan afortunadas, aunque adoradas, ya no era por su sabiduría ni su resistencia, sino por darle hijos -varones- al hombre, siendo éste el centro de la creación y animal predilecto del creador. Cazador, inventor y sacerdote, fuerte, místico, creativo o brutal, el hombre era dueño de la mujer por designio divino, tan frágil, tan indefensa, tan incapaz, tan igual a los espíritus femeninos -la tierra y el agua- que siempre estarán bajo el cielo y el sol, ambos espíritus masculinos ejemplos de fortaleza, brutalidad e ira. Aunque a la mujer se le puede ignorar o abusarla, la madre aun puede imponer respeto.

Las terceras madres la pasaron peor. La religión se volvió cosa de hombres y las mujeres debieron aceptar papeles cada vez más limitantes y sumisos, objetos decorativos, sombras de hogares donde lo masculino imperaba, lo femenino no debería ser notado, lo femenino era lo pasivo oculto, la sabiduría comenzó a ser castigada. Por mas madre que el dios tuviera, calladita era la única forma de que fuera bonita. Cuando su boca se abre es para alabar al hijo o rogarle por el bienestar de los demás.

Las cuartas madres lucharon por recuperar una semblanza del poder antiguo y se enfrentaron a hombres más lúcidos que permitieron, en algunos paises, la "libertad" de la mujer para estudiar e investigar. La mujer fue de nuevo sabia, creativa y sacerdotiza de su propio culto. Pero el costo es, curiosamente, dejar de ser madre -o por lo menos lo que se vende como tal- y vivir sola, ya que la inteligencia femenina asusta a los santos varones castos, tan puros, recatados pero bestiales, simples, asesinos, rudos, complicados, delicados y necesitados de demostrar su fuerza y poder sobre la mujer que los castra con la presencia en el campo del poder.

Posiblemente lleguemos a las quintas madres, seguramente muy distantes a las que tenemos conceptualizadas, dejando detrás, por siempre, la idea de esa mujer que entregará su vida al servicio de los hijos, del esposo. Sabremos -o sabrán- por fin, si lo madre se trae o simplemente se aprende; en un futuro lo que sea que se vuelva la humanidad será formado por mujeres muy ajenas a todo lo que nos acostumbró la historia, la literatura y la idea romántica del hombre protector de la delicada mujer.

La madre será siempre divina, no importa que tan santa, demoniaca o automatizada sea ya que la vida en el planeta está más en sus manos que en los dedos que pueden pulsar botones rojos.

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