La Vida Moderna -De dioses y demonios-
demonio
Del lat. tardío daemonĭum, y este del gr.bizant. δαιμόνιον daimónion.
1. m. diablo (‖ ángel rebelado).
2. m. diablo (‖ príncipe de los ángeles rebelados). EL demonio.
3. m. Espíritu que incita al mal.
4. m. Sentimiento u obsesión persistente y torturadora. El demonio de los celos. Los demonios interiores.
5. m. En la Antigüedad, genio o ser sobrenatural. El demonio de Sócrates.
6. m. Rel. En la doctrina cristiana, uno de los tres enemigos del alma.
Dioses y demonios hubo muchos y variados, con forma o sin ella, reinaron por milenios en la vida de los humanos, se impusieron unos a otros devorándose hasta quedar en pobres y reciclados conceptos que la mente que los creó comenzó a desmitificarlos; la mente humana no se conformó con dogmas impuestos, buscó respuestas contundentes, exactas (o lo más exacto comprobable) se le llamó ciencia y se volvió el exorcista de dioses y demonios por igual. No fue una lucha justa, miles de años en el poder no se cedieron fácilmente -o mejor dicho, no se han cedido- y las supersticiones aún abundan poniendo zancadillas a la verdad científica de tanto en tanto.
La mente humana no es simple, se ufana es de ser compleja -lo cual no es malo, pero tampoco bueno- y de exhibir genialidades y estupideces que podrían llenar la fosa de las Marianas. Conforme desaparecen dioses y demonios, nuevos temas de adoración y odio toman sus lugares sin tanta parafernalia mística pero cargados de dogmas, éstos tocan todas las aristas de las actividades humanas, desde lo más humano hasta las frivolidades más absurdas. Todo parece indicar que si no tenemos confianza en que algo superior nos protege o algo inferior nos destruye no podemos estar en paz.
Un dios puede unir una nación, dos, dividirla y miles, descuartizarla, ¿por qué? Simple, cada dios es un demonio para el otro. Mientras los religiosos siguen peleando por el planeta que su dios les hizo ex profeso, los nuevos creyentes deambulan por ahí con evangelios de amor y odio desparramando mieles y hieles por todo y a todo el mundo.
Desde principios del Siglo XX muchos gobiernos y sociedades han querido dejar de creer en dios -o por lo menos relegarlo a lo muy personal-, pero a fuerza de tradición se aferran a él. Cada década se fue enriqueciendo con los conceptos propios y ajenos, lo mismo se adoraba a la nación en el altar público que a otras naciones e ideologías en el altar íntimo; así, en lo familiar los amores y odios fueron creciendo lentamente. Cosas tan simples como la llegada del niño Jesús se vio sustituida por el simpático y capitalista San Nicolás o Santa Claus y, en otros casos, por noches idénticas a todas las demás, para no alentar el avance del cristianismo y terminar con las supersticiones de una vez por todas; opciones dogmáticas para unos y satanizadas por otros.
Ante el avance del imperialismo, los dioses capitalistas y comunistas se acusaron de demonios mutuamente y sus adeptos dividieron al mundo, todo lo que tenía tufo a estadounidense se volvió satánico, por plástico, vacío, comercial y ser el resultado de la explotación, mientras que lo producido por el bloque contrario tenía la deliciosa receta de una labor en equipo, la sal del sudor proletario y la dulzura romántica de la camaradería de la igualdad... curiosamente desde la otra óptica las cosas eran completamente al revés.
Generaciones crecieron embelesadas por las versiones animadas de Disney y de entre esas huestes surgieron los apóstatas que evitaron a toda costa que sus hijos las vieran y les enseñaron en Mickey Mouse el rostro del demonio más cruel. Coca-Cola, Pepsi, McDonalds, Starbucks, Barbie y un sin fin de marcas comerciales representan a los peores demonios que ha enfrentado la humanidad, digo, siempre y cuando tu ingreso económico no dependa de alguna de ellas. La música, el cine, en fin, el espectáculo en general no es ajeno a presentar dioses y demonios, el mundo se puede dividir en tantas partes como estilos, géneros y subdivisiones presente esta industria o la de deportes, o la de tecnología... La política y la economía son verdaderos campos elíseos o círculos del infierno. Parece no haber final a la capacidad del ser humano de hacer de cualquier filiación un dogma, de cualquier gusto una religión y estar dispuesto a, si no morir, por lo menos agredir encabronadamente a los que no le sigan el juego. Hasta la misma madre Tierra tiene detractores porque no faltó el vivillo que decidió hacer de ella una religión con souvenirs y un estilo de vida, tan plástico y vacío como cualquier cosa desangelada que la humanidad ha decidido adorar estos últimos 120 años sin importar que nación o tendencia la haya generado.
Lejos de unirnos en la inteligencia y el desarrollo hemos decidido generar barreras ideológicas que ya no tratan únicamente de algún antiguo dios, sino de todos los modernos que cada día nos separan más por colores, tamaños, sonidos, texturas, tamaños, costos y un sinfín de ideas arbitrarias que cambian como los tonos de los atardeceres que siguen siendo los mismos desde antes que los dioses y demonios salieran de la mente humana.
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