Un día de "esos"
El despertar fue angustioso, el despertador se dañó por el agua de lluvia que entró por la ventana que olvide cerrar y ocasionó un corto, el cual evitó que mi segundo despertador -la tv- encendiera, por lo tanto abrí los ojos mucho tiempo después de mi hora de entrada. Sin fijarme en detalles salté a la ducha y descubrí con gran pesar que el boiler estaba apagado. Varios gritos -ayudan a calmar la lacerante sensación del agua fría sobre mi piel recién despertada- desafinados después, me dí cuenta que la toalla apestaba, no la saqué a secar y adquirió ese aroma tan típico de la ropa húmeda que se pega a la piel como calcomanía mal colocada -esas nunca se desprenden, las que si están bien puestas se caen con facilidad- y no importa que loción te pongas, en que desodorante te revuelques o que te untes suavitel, el maldito aroma a culo de pato no se va nunca. Tuve que volver a la ducha a cantar con agua fría.
Por un momento el día pareció mejorar, vestido y con tripas crujientes entré a la cocina y me dispuse a freír un huevo, éste opuso toda la resistencia posible y generó un campo de fuerza que al romper el cascarón provocó que el contenido se reventara cubriendo la mayor área posible de mi cuerpo y las pocas gotas de yema y clara que cayeron dentro del sartén hicieron enojar al aceite caliente que brincó furioso hacía mí.
Ya cambiado y dispuesto a comer algo que no tuviera la suficiente vida como para herirme, llamé a la oficina para decirles que no iría, pero algo en la voz de Gorozpe, el segundo del jefe, me dio la impresión de que estaban bajo ataque y que era necesario que Scotty me teletransportara. Corrí de nuevo a la cocina y decidí que sólo me conformaría con una cucharada de helado de chocolate negro. Corrí a la recámara para cambiar la camisa manchada de un raro tono violeta que deja el chocolate negro al escurrirse sobre la ropa. Corrí a lavarme los dientes. Corrí a cambiar la última camisa limpia por una playera que no tuviera pasta de dientes. Bajé corriendo las escaleras y salí a la calle a detener un taxi que dijo que esperaría en lo que yo regresaba al departamento por mi celular, gafete y la cartera. Cuando baje de nuevo miré a la vecina que convencía al taxista de que la llevara -sospeché que a algún sitio lejano de ese foco de desgracias y angustias- y ni así pude perdonarla al ver como ella y el taxi desaparecían lejos en el horizonte.
Veinte minutos más tarde, decidí caminar porque era evidente que los taxis habían desaparecido de la ciudad. El calor se emperró en menos de cinco minutos y a un grado de la deshidratación vi pasar un desfile de taxis que no se detuvieron por mas que grité y salté.
Finalmente llegué al metro, logré entrar en el breve espacio entre las moléculas libres de la puerta y ciento cincuenta personas amontonadas sobre ésta, que, de inmediato, me hicieron recordar el aroma de mi toalla húmeda, sentí como ese olor se estaba adhiriendo a mi, quería salir a todo costo, el metro se detuvo a medio túnel y el tiempo comenzó a pasar lento, la axila peluda de una güera a fuerzas se restregaba continuamente sobre mi playera -malditas sean las panzas, a un flaco seguro eso no le pasa-, mientras, mi hombro se llenaba de la baba de un simpático criaturo envuelto en 16 colchitas, un gorro y guantes que lentamente se evaporaba a mi lado, su larguirucho padre masticaba una gorda aceitosa y discutía con la madre del criaturo y en todas direcciones volaban pedazos de la gorda y su preciado relleno.
Mil años después salí de aquel infierno donde puedes conseguir desde la biblia en cd's hasta cortauñas y perfectas navajas suizas -aunque chinas-, pero ni una sola servilleta o un líquido mata bacterias. Saliendo del subterráneo una nube de polvo me envolvió y recordé que el metrobús pronto adornará la avenida. La tierra voladora y mi sudor hicieron un conjunto de matrimonios perfectos sobre mi cuello y detrás de mis orejas mientras los "tuds" de los mazazos contra el pavimento y los "charracacacacá" de los taladros me acompañaron haciendo de un ligero dolor de cabeza una verdadera marcha triunfal.
Antes de doblar la esquina lo vi, el buen Gorozpe, comiendo tamales con Doña Sebas, me miró y agitó su mano de muñeco de alambre, dijo algo como: caíste, amenza de bomba, dieron el día, broma. Todo lo acompañó con risas idiotas y me ofreció un trozo de tamal.
Estoy suspendido desde hace meses, me dicen que Doña Sebas se cambió de esquina y de nombre, que la Facultad de Medicina de la UNAM, la de Química, la de Física y la de Veterinaria, las televisoras, diarios de circulacion nacional, Del Toro y Cuarón pagarán lo que sea por los derechos de investigación, la historia para cine y telenovelas, por lo que Gorzope no levantará cargos en mi contra. Y yo que no puedo recordar lo que le hice en mi ataque de furia con el trozo de tamal que me ofreció el pobre tipo.
Por un momento el día pareció mejorar, vestido y con tripas crujientes entré a la cocina y me dispuse a freír un huevo, éste opuso toda la resistencia posible y generó un campo de fuerza que al romper el cascarón provocó que el contenido se reventara cubriendo la mayor área posible de mi cuerpo y las pocas gotas de yema y clara que cayeron dentro del sartén hicieron enojar al aceite caliente que brincó furioso hacía mí.
Ya cambiado y dispuesto a comer algo que no tuviera la suficiente vida como para herirme, llamé a la oficina para decirles que no iría, pero algo en la voz de Gorozpe, el segundo del jefe, me dio la impresión de que estaban bajo ataque y que era necesario que Scotty me teletransportara. Corrí de nuevo a la cocina y decidí que sólo me conformaría con una cucharada de helado de chocolate negro. Corrí a la recámara para cambiar la camisa manchada de un raro tono violeta que deja el chocolate negro al escurrirse sobre la ropa. Corrí a lavarme los dientes. Corrí a cambiar la última camisa limpia por una playera que no tuviera pasta de dientes. Bajé corriendo las escaleras y salí a la calle a detener un taxi que dijo que esperaría en lo que yo regresaba al departamento por mi celular, gafete y la cartera. Cuando baje de nuevo miré a la vecina que convencía al taxista de que la llevara -sospeché que a algún sitio lejano de ese foco de desgracias y angustias- y ni así pude perdonarla al ver como ella y el taxi desaparecían lejos en el horizonte.
Veinte minutos más tarde, decidí caminar porque era evidente que los taxis habían desaparecido de la ciudad. El calor se emperró en menos de cinco minutos y a un grado de la deshidratación vi pasar un desfile de taxis que no se detuvieron por mas que grité y salté.
Finalmente llegué al metro, logré entrar en el breve espacio entre las moléculas libres de la puerta y ciento cincuenta personas amontonadas sobre ésta, que, de inmediato, me hicieron recordar el aroma de mi toalla húmeda, sentí como ese olor se estaba adhiriendo a mi, quería salir a todo costo, el metro se detuvo a medio túnel y el tiempo comenzó a pasar lento, la axila peluda de una güera a fuerzas se restregaba continuamente sobre mi playera -malditas sean las panzas, a un flaco seguro eso no le pasa-, mientras, mi hombro se llenaba de la baba de un simpático criaturo envuelto en 16 colchitas, un gorro y guantes que lentamente se evaporaba a mi lado, su larguirucho padre masticaba una gorda aceitosa y discutía con la madre del criaturo y en todas direcciones volaban pedazos de la gorda y su preciado relleno.
Mil años después salí de aquel infierno donde puedes conseguir desde la biblia en cd's hasta cortauñas y perfectas navajas suizas -aunque chinas-, pero ni una sola servilleta o un líquido mata bacterias. Saliendo del subterráneo una nube de polvo me envolvió y recordé que el metrobús pronto adornará la avenida. La tierra voladora y mi sudor hicieron un conjunto de matrimonios perfectos sobre mi cuello y detrás de mis orejas mientras los "tuds" de los mazazos contra el pavimento y los "charracacacacá" de los taladros me acompañaron haciendo de un ligero dolor de cabeza una verdadera marcha triunfal.
Antes de doblar la esquina lo vi, el buen Gorozpe, comiendo tamales con Doña Sebas, me miró y agitó su mano de muñeco de alambre, dijo algo como: caíste, amenza de bomba, dieron el día, broma. Todo lo acompañó con risas idiotas y me ofreció un trozo de tamal.
Estoy suspendido desde hace meses, me dicen que Doña Sebas se cambió de esquina y de nombre, que la Facultad de Medicina de la UNAM, la de Química, la de Física y la de Veterinaria, las televisoras, diarios de circulacion nacional, Del Toro y Cuarón pagarán lo que sea por los derechos de investigación, la historia para cine y telenovelas, por lo que Gorzope no levantará cargos en mi contra. Y yo que no puedo recordar lo que le hice en mi ataque de furia con el trozo de tamal que me ofreció el pobre tipo.
Comentarios
Si me acuerdo...
O no?
Hmmm... sera que suena sospechosamente comun a varios momentos que hemos compartido mi querido tio!
Ji ji ji
El pedazo de tamal en tu mano, tus ojos volcados hacia tu cerebelo, con tu tercer ojo ubicas una rata la atrapaz con la misma mano que sostienes el pedazo de tamal, la otra tiene agarrado a Gorozpe del cogote,lo pasas debajo de tu axila (a Gorozpe). La tamalera grita histerica por que haz pateado los botes y las quemadas por el champurrado hirviendo que resvala por su cuello pecho y piernas. A la rata la atrapaz por la cola, sientes su rasposa cola escurrirse pero la aferras como la ultima poprotunidad de regresar ala realidad, Gorozpe siente que se asfixia y si tuviera algo en los intestinos lo sacaria en este momento, la rata chilla mientras con tus dedos introduces pedazos de tamal, la rata curiosamente no se asfixia... pero se retuerce por que le parece que si...
Inutil todo lo demas...
Ya me encariñe contigo!
P.D. Y con Josi.
= )
Neto no mataste con el tamal al "pobre tipo" jaja
Wow, solo de leerlo me llego un stress jajaja
Besos mi Capi!!!