En el sueño...

El traqueteo del tren no cesaba mientras su prolongada sombra, proyectada sobre el seco pastizal, se extendía negra y rompía el reflejo de la luz moribunda de la tarde. Viejas bodegas de descarga, abandonados monumentos a la ambición del hombre, desgarraban la monotonía del paisaje de cuando en cuando. Solitarios perros deambulaban hambrientos, sin ritmo, sin rumbo.

El brillo en tus ojos destellaba travieso y se confundía con el sol.

Mientras el vaivén suave del vagón adormecía mis sentidos, el fresco de la temprana noche y el viento salado anunció la llegada del mar, a lo lejos, se escuchaba su calmada furia. Los lejanos brillos de los últimos besos de sol sobre el agua parecían bailar al ritmo acompasado del andar del tren. Distantes sonaban los agudos gritos de las gaviotas listas para buscar refugio entre los riscos.

Tus ojos atrapaban la penetrante luz del sol que desaparecía y tu sonrisa se tornaba más cálida.

Sobre el puente vimos a la luna tomar el control de la noche con su guardia de estrellas, siendo la tuya la más brillante. El arruyo constante del traqueteo del andar del ferrocarril nos hizo soñar, hablar, confiar. Vimos como el mar cambió su tono y su profundidad se hizo evidente. Desde la negrura espesa del océano  escaparon las voces de las sirenas que nos llamaron decididas a perdernos entre sus brazos.

Pero no seré de ellas, me atrapó el ardor de tu mirada, avivado por el fuego del sol que nacía en tu interior.

Valió madres el tren, su ritmo, el paisaje, el mar, la luna y sus estrellas, sólo el fuego de tus ojos, tu sonrisa y mis manos trémulas como la llama de mis ojos. No hubo oleaje capaz de apagar la hoguera.

Descarté el sueño decidido a inmolarme en tu fuego.

Importó poco la frescura de la noche cuando el calor nos consumía.

Y justo antes de despertar, pude ver, entre el sueño y la realidad, mi reflejo en tu mirada.

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