Paladín

El silencio era ensordecedor, llevaba más de diez minutos ahí, olisqueando el aire, sin moverse. El viento no soplaba en ninguna dirección, parecía que el mundo entero se había detenido en ese momento. Sabía muy bien que si el no lo olía, él tampoco podía hacerlo.

Gruesas gotas de sudor frío recorrían su cuerpo haciendo que sus ropas de lino blanco, ahora marrones por el efecto de la herrumbre y de los meses sin cambiarse, se pegaran a su piel de forma molesta y agresiva. La armadura lucía opaca, abollada, llena de lodo y óxido. El casco hacía semanas que había desaparecido y la capa no era más que un trapo desgarrado que se pegaba revuelta sobre la armadura.


Entrecerrando los ojos, irritados por el sudor y el inclemente sol, trató de distinguir alguna forma dentro de las ruinas que se alzaban ante él. Su rizado cabello caía en gracientos gajos sobre su cara y se enredaban sobré la hirsuta barba sucia y descuidada que cubría su rostro ajado, amarillento, con manchas de rojo subido por la continua exposición al sol. Esa faz que ya no mostraba la bravía soberbia de meses anteriores, ahora reflejaba precaución y temor.

La angustia lo recorría como el sudor que lo bañaba, fría y sin rumbo. Parecía morderlo cada vez que pensaba en ella, aterrada a merced de la oscuridad y de ese monstruo y sus mascotas, que ya había sido disminuidas en número gracias a él. Ella, dulce y hermosa, sometida a ese torturador por tanto tiempo, que ya se preguntaba si aun estaría viva. Negándose a pensar de nuevo en esa posibilidad aguzó sus sentidos y rogó como nunca al viento, rogó porque llegase desde las ruinas y le diera la oportunidad de sorprenderlos.

En silencio y lentamente el viento comenzó a soplar...

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