La Vida Moderna -Verdad-

verdad.
(Del lat. verĭtas, -ātis).

1. f. Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente.
2. f. Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa.
3. f. Propiedad que tiene una cosa de mantenerse siempre la misma sin mutación alguna.
4. f. Juicio o proposición que no se puede negar racionalmente.
5. f. Cualidad de veraz. Hombre de verdad
6. f. Expresión clara, sin rebozo ni lisonja, con que a alguien se le corrige o reprende. U. m. en pl. Cayetano le dijo dos verdades
7. f. realidad (‖ existencia real de algo).

Sabemos que existe una verdad, única e invariable que ha estado presente desde el inicio y que perdurará aun después de que no haya quién la piense, la intuya o la quiera encontrar; la verdad está tan fuera del alcance y la percepción del ser humano por ser algo real -eso que no podemos expresar con palabras- que nuestra mente nos suaviza la realidad, nos permite ver sólo fragmentos de ese "algo" tan grande y, a cuentagotas, nos deja adivinar y dar palos de ciego entorno a esa piñata indecifrable.

Mientras los seres vivos existen dentro de la bendita inocencia de seguir instintos, comer, cagar, comer, coger, comer y morirse (sin la necedad de tener que preguntarse por qué, cómo, dónde, cuándo y a qué chingada hora), la verdad no importa, no es importunada y puede deslizarse por milenios sin ser cuestionada. Claro, no falta el chango que se sale de la norma, desarrolla el cerebro y se llena de preguntas, mismas que lo llevan inexorabelmente a cuestionar la existencia y las razones de la verdad.

Por muchos años se ha sospechado que, en la antiguedad, los receptores de la verdad eran los ancianos de los pueblos (no se sabe la verdad, se intuye o se presume -presumir de "sospecho que" y no de "mira que bonita verdad tengo"), que sus respuestas a las preguntas de la vida eran la neta y lo más cercano a la verdad posible.

Fue muy fácil generar dioses para ajustarlos a la verdad, desafortunadamente, la mente humana, tan dada a cagarla una tras otra, resolvió ser creada por los dioses y así, en un momento de soberbia, sentirse parte fundamental de la verdad. Ante las dudas y los miedos se busca al dios, a sus sacerdotes o la de la vela perpetua para preguntar por la verdad.

Henchido de soberbia, el humano resuelve buscar nuevos caminos a la verdad, como las metáforas divinas se volvieron severos amos, buscó en la naturaleza, estudia la cotidianidad, observa el entorno y descubre algo que descuajeringa a cualquiera, la verdad es fea (como prima bigotona a la que tienes que sacar a bailar en las fiestas), es injusta (como ley mexicana), es incómoda (como cama de clavos) y es inevitable (como pago de tarjeta de crédito) y para acabarla de amolar, al final de la verdad está la muerte, oh sí... la verdad no peca, pero incomoda.

Una vez descubierta esa pequeña parte de la verdad, el género humano no ha hecho otra cosa que querer escapar de la verdad (pero ahí estaba de necio, abrió la caja, sacó el relleno y ahora no sabe como volverlo a guardar) y de la muerte. Desde los simples polvos para cubrir el paso del tiempo, a las cirugías cosméticas, la medicina, las vacunas, la búsqueda de suplir órganos con materiales hechos con ingenio humano y el querer escapar de este planeta buscando comunicarnos con otros seres que, con un poco de esperanza, hayan superado a la verdad. Entre más conoce el humano a la verdad, más quiere a sus mentiras.

En venganza esa pequeña parte de la verdad ha sido regenteada, por los sacerdotes de los dioses, que la usaron a su antojo y conveniencia por milenios pariendo verdades a medias que se volvieron verdades completas a los ojos de los hombres, algo molestos aprendieron a compartirla con los gobernantes, que a su vez dispusieron de ella hasta el hartazgo, ahora la descendencia de la verdad era noble, fue necesario que los ciudadanos se revelaran para exigir su parte de la verdad y así los representantes religiosos y los gobernantes, algo molestos aprendieron a compartir la verdad con el pueblo y la verdad se vulgarizó, se puso al alcance de todos, sin dejar de ser una feliz ramera. Va con los políticos a sus giras, se presenta a diario en televisión completamente maquillada al antojo del poder, se le esconde al pueblo y le da largas para concertar citas, cada vez más caras. La verdad cotiza en la bolsa, juega a ponerle el pie a la ciencia, se burla de la filosofía e ignora por completo al arte, porque este la conoce.

En México (y supongo que en todo el mundo) les manejamos lo que vienen siendo muchas verdades; verdades ciertas (esas de las abuelas, que nunca han sido comprobadas pero se les respeta), verdades reales (las que nos dicen en la escuela, que están en los libros, que se repartieron por el mundo y las hay en todos los idiomas), verdades verdaderas (las que están ocultas en los corazones), verdades de veras (las que salen de las bocas para herir, para retar), verdades de a devis (las que se confiesan las amistades después de tres cervezas) y, más cabronas que todas, las verdades falsas (encabezados de periódicos, comentarios televisivos, crítica política, oposición, promesas de campaña, economía, educación, Senado, Cámara, Gobierno de la República, partidos políticos, derechos humanos, milicia, justicia, policia, narcotráfico, normas, leyes...). Al final no importa que tan opuestas son entre sí, que tantos puntos pueden llegar a tener en común, el problema es que una vez que una o varias verdades se arraigan ya valió madres.

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