La Vida Moderna -cosas de la fe-
Aun no despertaba el sol cuando, Ramiro, henchido de devoción comenzó su labor y encendió, una a una, las veladoras que había comprado en el mercado y llevado a bendecir la tarde anterior, la fe de sus ojos parecía responder al brillo ondulante de las pequeñas llamas. Un fuego santo para cada una de las imágenes frente a el. En ese altar improvisado, al centro, regente de la escena, una enorme efigie de yeso de la madre de todos los mexicanos, otra de San Judas Tadeo, San Antonio, San Martín, El Sagrado Corazón de Jesús y muchos santos y vírgenes más de los que no está seguro de saber el nombre y potestades. Todos, todos los que encontró y pasó la noche limpiando de polvo y telarañas lucían como nuevos, como el día que los compró hace tantos años, antes de su boda, pero ya con la prisa de casarse -la razón comenzaba a notarse-. Sonrió pensando que, con sus acciones, hacia un favor a un país entero.
Arrodillado frente a las imágenes que exudan fe, escucha los pasos desidiosos y pesados de su hijo Arturo, que aunque aun no dé visos de casorio y pese más que toda la familia junta, ya se apresta a unirse al acto.
-'nos días apá- Dice casi sin ganas el doble de Keiko sin estudios y desempleado mientras se deja caer frente al altar. Ramiro quiere decirle que vaya pensando en conseguir sus propios santos y en ir formando una familia, que a su edad el ya tenía dos hijos y ya trabajaba para medio mantenerlos. Pero es una plática que podrá esperar. Ahora apremia lo importante y escucha que su boca emite un seco "'nos días" también.
Leonor, su mujer, entra ya arreglada, con un rostro que, a las claras, muestra ganas de pleito, le da su escapulario, sus medallas y las estampitas de los santos.
-Para variar, el señor las dejó en el baño y su chacha ya se las trajo- Ladra con el ánimo peleonero que sólo una mujer harta sabe manejar.
-Hoy no Leonor, hoy no, de veras que eres... bien híjole... hoy no- Responde Ramiro con cara de perro recién pateado pero que guarda una mordida para más tarde. Leonor se dirige a la cocina y comienza el rito preparatorio del desayuno para un día como este.
Hugo aparece con una sonrisa descomunal, ya tiene 17 años y aun no termina la secundaria, pero con las fotos sagradas aplastadas contra su pecho orgulloso parece el ángel de la esperanza, las coloca una a una entre los santos y las veladoras, Ramiro lo observa y sus ojos se humedecen, ahora sabe que su vida no ha sido en vano. Con el llanto disimulado de garraspera, recuerda su propia infancia, sus sueños, la dicha que compartía con su papá, antes de que éste se emborrachara y terminara golpeando e insultando a todo el que se cruzara en su camino.
-¡Tsíjoles hijo, me cae que tú si sabes cabrón!- Le dice mientras lo apachurra contra su enorme panza y lo despeina con una sonrisa amplia y franca.
-¿Qué significa esto?- Grita una indignada voz al fondo de la casa, tras alocado galope con su piyama de telescopios, el pequeño Cuauhtémoc, ganador de cuanto premio dan en las escuelas públicas y pasado de cuarto año a sexto de primaria, entra a la estancia y arroja al suelo el uniforme de la selección.
Ramiro se torna rojo, sus ojos se desorbitan, la saliva y las palabras -pocas de hecho, siempre ha sido de vocabulario limitado, es más saliva que ninguna otra cosa- se agolpan en sus labios fruncidos. Mira al pequeño y todo lo que teme parece hacerse realidad.
-¡Te dije que lo acostaras con la piyama de balones! ¿No ves que nos puede cargar la chingada por eso?- Rugió enfurecido hacia Leonor, no quería ver al pequeño Cuauh. No quería ver la verde en el suelo. No quería saber que era real.
-¡Yo se la puse, segurito se la quitó en la noche!- Respondió Leonor mareada por un placer orgásmico y el miedo que la mordisqueaban al mismo tiempo. No podía creer que su pequeño Cuauh estuviera enfrentando a su padre.
-Claro que me la quité, es una piyama fea y vieja, apesta a trapo de cocina, mi favorita es la de telescopios- Dijo el pequeño Cuauh cruzando los brazos. -Además, a mí no me gusta el futbol y tu superstición absurda no tiene efecto alguno en el desempeño de un grupo mediocre de jugadores-.
-¿QUÉ?- Preguntó Ramiro al borde de un infarto -Hijo, hoy se despide la Selección para irse al Mundial... Hoy tenemos, como nunca, que estar unidos como familia, como país, hoy no puedes decir eso... ¡NOS VAS A SALAR!-.
-Ay papá... no te mides- Suspiró Cuauh mirando al cielo -De verdad que no tienes perdón- dijo señalando con el dedo toda la habitación -Nunca vas a misa, siempre te quedas crudo comiendo pancita en el puesto de afuera de la iglesia y ahora haces que la casa parezca el Altar de los Reyes y lo que es peor, vestido de futbolista, cuando tu cuerpo demuestra tu aversión al ejercicio físico. A parte, si no fuera porque soy un agnóstico comprensivo, me sentiría profundamente ofendido por esta demostración burda de una devoción que es evidente que no sientes y de la ignorancia que demuestras por los hechos políticos y económicos que rigen al país en este momento-.
Ramiro parecía meditar lo escuchado, pero sólo parecía porque en realidad sólo entendió: crudo, pancita, afuera de la iglesia y futbolista.
-¿Angusqué?- Balbuceó Ramiro sin saber si debía ofenderse - ¿Te gustan los hombres o qué?
Leonor se llevó las manos a la boca y se santiguó poco antes de que las lágrimas bañaran sus ojos. Arturo miraba -como siempre lo hacía- como si no estuviera presente o necesitara un traductor a cetáceo y Hugo recogía rápidamente las fotografías de los jugadores de la selección, temiendo que su padre enfurecido pudiera causarles daño.
-Soy muy pequeño aun como para preocuparme por el camino que habrá de tomar mi sexualidad, por lo tanto sólo te diré que siento mucha afinidad por la ciencia, que no siento ninguna atracción por nada de lo producido por Paulina Rubio o la Trevi ni por querer coser vestidos o bailar en tanga y que un deporte de brutos babeantes que andan en calzones demostrando su salvajismo no me atrae en lo más mínimo- Dijo ufano el pequeño aun cruzado de brazos.
-¿Ves?- Señaló a Leonor encabronado -¿Esto es lo que querías no? Ya estarás contenta....
-¿Por qué será que todos los padres acusan a las madres cuando los hijos no cumplen las espectativas cifradas en ellos?- Preguntó Cuauh retóricamente exasperando más a su padre.
-¿Con quién demonios hablas, hijo de la chingada? Seguro de que te hizo daño la vacuna de la influenza o dejarte ver el canal once... Ay... y hoy, hoy tenías que fregarme el día... ¡Eres igualito a tu madre!- Reventó Ramiro mirando sin ver a la pequeña abominación.
-Mira, si hablamos de fregar, ni digas nada, que fue muy duro enterarme que me llamo Cuauhtémoc por un futbolista y no por el último Tlatoani...
-¡Orgulloso te deberías sentir pinche escuincle tarugo! Yo no se que te pasó, pero ahorita se te va a quitar lo sabrocito...
Dos horas después, un madreado Cuauhtémoc baja, junto con su familia, del tren ligero frente al Estadio Azteca, vestido con el uniforme de la selección, humillado y con ganas de correr. Será una infancia muy larga. Su padre dejó muy claro que no soportará "geniecitos" en su casa mientras le rompia las fotografías del Hubble y le amenazaba con inscribirlo a un club de futbol, su madre no quería hablar con el por hereje y sus hermanos lo ignoraban más que nunca.
Adolorido, física y espiritualmente, dentro del estadio, sintió la fe que emanaba de todas las familias que llevaban niños de brazos con sus mini uniformes y caritas pintadas, la virtud ahogada en la cerveza y la devoción al balón, la iluminación de los santos encumbrados que mostraban sus aptitudes para correr tras un balón, la ignorancia de todo lo que sucede en el país, de lo ajeno que parece ese país inseguro, ese país de pobres del que tanto había leido... si todos en ese templo al futbol eran felices. Esa tarde sintió, por fin, la fuga de ser mexicano.
Arrodillado frente a las imágenes que exudan fe, escucha los pasos desidiosos y pesados de su hijo Arturo, que aunque aun no dé visos de casorio y pese más que toda la familia junta, ya se apresta a unirse al acto.
-'nos días apá- Dice casi sin ganas el doble de Keiko sin estudios y desempleado mientras se deja caer frente al altar. Ramiro quiere decirle que vaya pensando en conseguir sus propios santos y en ir formando una familia, que a su edad el ya tenía dos hijos y ya trabajaba para medio mantenerlos. Pero es una plática que podrá esperar. Ahora apremia lo importante y escucha que su boca emite un seco "'nos días" también.
Leonor, su mujer, entra ya arreglada, con un rostro que, a las claras, muestra ganas de pleito, le da su escapulario, sus medallas y las estampitas de los santos.
-Para variar, el señor las dejó en el baño y su chacha ya se las trajo- Ladra con el ánimo peleonero que sólo una mujer harta sabe manejar.
-Hoy no Leonor, hoy no, de veras que eres... bien híjole... hoy no- Responde Ramiro con cara de perro recién pateado pero que guarda una mordida para más tarde. Leonor se dirige a la cocina y comienza el rito preparatorio del desayuno para un día como este.
Hugo aparece con una sonrisa descomunal, ya tiene 17 años y aun no termina la secundaria, pero con las fotos sagradas aplastadas contra su pecho orgulloso parece el ángel de la esperanza, las coloca una a una entre los santos y las veladoras, Ramiro lo observa y sus ojos se humedecen, ahora sabe que su vida no ha sido en vano. Con el llanto disimulado de garraspera, recuerda su propia infancia, sus sueños, la dicha que compartía con su papá, antes de que éste se emborrachara y terminara golpeando e insultando a todo el que se cruzara en su camino.
-¡Tsíjoles hijo, me cae que tú si sabes cabrón!- Le dice mientras lo apachurra contra su enorme panza y lo despeina con una sonrisa amplia y franca.
-¿Qué significa esto?- Grita una indignada voz al fondo de la casa, tras alocado galope con su piyama de telescopios, el pequeño Cuauhtémoc, ganador de cuanto premio dan en las escuelas públicas y pasado de cuarto año a sexto de primaria, entra a la estancia y arroja al suelo el uniforme de la selección.
Ramiro se torna rojo, sus ojos se desorbitan, la saliva y las palabras -pocas de hecho, siempre ha sido de vocabulario limitado, es más saliva que ninguna otra cosa- se agolpan en sus labios fruncidos. Mira al pequeño y todo lo que teme parece hacerse realidad.
-¡Te dije que lo acostaras con la piyama de balones! ¿No ves que nos puede cargar la chingada por eso?- Rugió enfurecido hacia Leonor, no quería ver al pequeño Cuauh. No quería ver la verde en el suelo. No quería saber que era real.
-¡Yo se la puse, segurito se la quitó en la noche!- Respondió Leonor mareada por un placer orgásmico y el miedo que la mordisqueaban al mismo tiempo. No podía creer que su pequeño Cuauh estuviera enfrentando a su padre.
-Claro que me la quité, es una piyama fea y vieja, apesta a trapo de cocina, mi favorita es la de telescopios- Dijo el pequeño Cuauh cruzando los brazos. -Además, a mí no me gusta el futbol y tu superstición absurda no tiene efecto alguno en el desempeño de un grupo mediocre de jugadores-.
-¿QUÉ?- Preguntó Ramiro al borde de un infarto -Hijo, hoy se despide la Selección para irse al Mundial... Hoy tenemos, como nunca, que estar unidos como familia, como país, hoy no puedes decir eso... ¡NOS VAS A SALAR!-.
-Ay papá... no te mides- Suspiró Cuauh mirando al cielo -De verdad que no tienes perdón- dijo señalando con el dedo toda la habitación -Nunca vas a misa, siempre te quedas crudo comiendo pancita en el puesto de afuera de la iglesia y ahora haces que la casa parezca el Altar de los Reyes y lo que es peor, vestido de futbolista, cuando tu cuerpo demuestra tu aversión al ejercicio físico. A parte, si no fuera porque soy un agnóstico comprensivo, me sentiría profundamente ofendido por esta demostración burda de una devoción que es evidente que no sientes y de la ignorancia que demuestras por los hechos políticos y económicos que rigen al país en este momento-.
Ramiro parecía meditar lo escuchado, pero sólo parecía porque en realidad sólo entendió: crudo, pancita, afuera de la iglesia y futbolista.
-¿Angusqué?- Balbuceó Ramiro sin saber si debía ofenderse - ¿Te gustan los hombres o qué?
Leonor se llevó las manos a la boca y se santiguó poco antes de que las lágrimas bañaran sus ojos. Arturo miraba -como siempre lo hacía- como si no estuviera presente o necesitara un traductor a cetáceo y Hugo recogía rápidamente las fotografías de los jugadores de la selección, temiendo que su padre enfurecido pudiera causarles daño.
-Soy muy pequeño aun como para preocuparme por el camino que habrá de tomar mi sexualidad, por lo tanto sólo te diré que siento mucha afinidad por la ciencia, que no siento ninguna atracción por nada de lo producido por Paulina Rubio o la Trevi ni por querer coser vestidos o bailar en tanga y que un deporte de brutos babeantes que andan en calzones demostrando su salvajismo no me atrae en lo más mínimo- Dijo ufano el pequeño aun cruzado de brazos.
-¿Ves?- Señaló a Leonor encabronado -¿Esto es lo que querías no? Ya estarás contenta....
-¿Por qué será que todos los padres acusan a las madres cuando los hijos no cumplen las espectativas cifradas en ellos?- Preguntó Cuauh retóricamente exasperando más a su padre.
-¿Con quién demonios hablas, hijo de la chingada? Seguro de que te hizo daño la vacuna de la influenza o dejarte ver el canal once... Ay... y hoy, hoy tenías que fregarme el día... ¡Eres igualito a tu madre!- Reventó Ramiro mirando sin ver a la pequeña abominación.
-Mira, si hablamos de fregar, ni digas nada, que fue muy duro enterarme que me llamo Cuauhtémoc por un futbolista y no por el último Tlatoani...
-¡Orgulloso te deberías sentir pinche escuincle tarugo! Yo no se que te pasó, pero ahorita se te va a quitar lo sabrocito...
Dos horas después, un madreado Cuauhtémoc baja, junto con su familia, del tren ligero frente al Estadio Azteca, vestido con el uniforme de la selección, humillado y con ganas de correr. Será una infancia muy larga. Su padre dejó muy claro que no soportará "geniecitos" en su casa mientras le rompia las fotografías del Hubble y le amenazaba con inscribirlo a un club de futbol, su madre no quería hablar con el por hereje y sus hermanos lo ignoraban más que nunca.
Adolorido, física y espiritualmente, dentro del estadio, sintió la fe que emanaba de todas las familias que llevaban niños de brazos con sus mini uniformes y caritas pintadas, la virtud ahogada en la cerveza y la devoción al balón, la iluminación de los santos encumbrados que mostraban sus aptitudes para correr tras un balón, la ignorancia de todo lo que sucede en el país, de lo ajeno que parece ese país inseguro, ese país de pobres del que tanto había leido... si todos en ese templo al futbol eran felices. Esa tarde sintió, por fin, la fuga de ser mexicano.
Comentarios
O sea... JAJAJAJJAJAJAJA!!!
Carajo, me senti tan retratado... siempre que mi abuelo y Miguel se ponian a ver el futbol, para mi era como si el narrador estuviera hablando en Braile, me cae de madres, y que bicho raro es uno por no patear un pinche balon...
Ay Vic... como nos entendemos
A veces la fantasía y la realidad no van de la mano, van dándose una buena fajada.
Los envidio.
Puede una ostra conflictuarse?
siempre tan otros y no esos...
Lástima que la magía termina pronto.
Esto debiste escribirlo en una entrada! Increíble. Creo que todos tenemos una relación amor-odio con el soccer o con cualquier otro evento deportivo -mundiales, olimpiadas, temporadas nfl, etc- por distintas razones. Pero al final nos recuerdan algo muy importante: La familia.