La Vida Moderna -Seleccionando-
Y digo yo...
A riesgo de leerme -aparte de un evidente villamelón- apátrida, malinchista y decepcionado, ¿sería muy malo o sentaría un mal precedente ir tomando en cuenta la posibilidad de apoyar a otra selección de fútbol?
Tal vez la selección nacional está más ocupada en otros menesteres y nuestra esperanza de triunfo les apesta los negocios. Entre sandwiches, refrescos, servicios varios y demás publicidad, novias famosas o regodeos con el gobierno, nuestros seleccionados realmente tiene poco tiempo para entrenar y dedicarse. Ya se sabe que requieren un espacio especial con mesa de billar y consolas de videojuegos para pasar ratos amenos entre ellos -y eso que aun no sabemos si sus egos duermen con ellos o en cuartos aparte-. ¿Para qué fastidiarlos con nuestras ganas de que ganen un -censurado- partido? ¿Es tanto nuestro egoísmo que estamos dispuestos a desviarlos de sus planes?
Finalmente, desde el más sencillo de los mexicanos -pasando por comadrejas tan desagradables y bajas como los comentaristas y cronistas deportivos- hasta el mismo presidente -que no es garantía de complejidad y que por ningún motivo pondría yo como ejemplo de nada-, siempre se expresa la misma canción ante el triunfo y la derrota, si ganan, ganamos, si pierden, perdieron. Inocentes que cada regreso al país lo hacen con la cola entre las patas y, seguramente, necesitan años de terapia, sólo por nuestro deseo de estar entre los ganadores.
¿Por qué, insisto, debemos estresar de esta forma a tan jóvenes y neófitos empresarios? ¿Por qué cortarles el ánimo de mejorar en la venta o renta de sus imágenes y servicios a empresas de publicidad, comida o telecomunicaciones? ¡Basta! Dejemos que sus sueños florezcan y se desarrollen y, quizás, algún día los veamos en programas como "the secret millionaire", "Dragon's Den" o en una mexica producción de "the apprentice". Si algo queda claro es que el fútbol no es lo de ellos -ni de dios o la virgen, ya que de nada les sirve persignarse mil veces antes, durante y después de cada partido-.
Mi primer mundial -siendo yo inconsciente de ello- fue el de 1970, ya pasaron 40 años y DOS veces se jugó la copa en este suelo y nada. Siempre son más emocionantes las finales clásicas en el Azteca -y más baratas y más al alcance de todos- y se invierte menos deseo y esperanza, ya que, sea el que sea que gane, siempre es un equipo comercial plagado de extranjeros que dicen amar al país -nada tienen que ver los millones que ganan, las novias de televisión que les imponen, las posibilidades de ser galanes de tv o el que les disparen algo en los bares mexicanos-.
Es triste pensar que en el mundo hay tanto jugador que se esfuerza y entrena para que llegado el momento vaya a una gesta mundialista con ánimo triunfador y empeño en buscar la copa y sólo cuenten con unos cuantos millones de fans y que nuestras ansias anden tan perdidas y sean como millones de niños huérfanos sin tener a quien adjudicarle las porras y las ganas. Sería cuestión de buscar una selección que juegue con ganas, que necesite el apoyo de un país virgen -por lo menos en cuestiones de triunfo mundialista- y acepte ser vitoreado por los, más de 100 millones, mexicanos que esperamos ver el triunfo y por un momento, poder probar ese fugaz sabor a victoria -y no la cerveza-, antes de que tengamos que volver al cotidiano de nuestros días, pero felices de saber que apoyamos a un grupo que nos cumplió -no como los políticos, procuradores y lideres sindicales, que tantas pasiones despiertan sólo para ser puro dedo hipnotizador-.
Así, cuando juegue la selección nacional y, por algo -lluvia, sol, lodo, afición en contra, balón, pasto, ruido, etc.-, pierda, podremos aplaudirles y recordarles que siempre es así, que les reconocemos el esfuerzo y a lo mejor algunos reporteros -de finanzas- los reciban en el aeropuerto cuando regresen cubiertos de derrota, pero bañados en dolares.
En cambio, cuando juegue la selección adoptiva, podremos pedir que se suspendan labores, pintarnos el rostro con sus colores nativos, comprar cervezas y botarnos el ombligo bebiendo y comiendo botanas -de preferencia las típicas de aquel país de ensueño- a su salud, sabiendo que el triunfo está cerca y podemos olerlo. Para que al final, cuando la copa se encuentre entre sus manos, retiemble en sus centros la tierra al sonoro rugir de los millones congregados frente al Ángel, festejando el triunfo merecido, ondeando nuestras banderas con el orgullo de saber que los que nos tocan juegan, pero que los que elegimos ganan.
Así podremos, también, ir entrenando para cuando, hartos de nuestros políticos de miér... coles, decidamos votar por otros en otros países y dejemos de pagar y obedecer a tanto inútil que prefiere tomarse largas vacaciones para irse al mundial o quedarse en casa viendo un -censurado- partido de fútbol.
A riesgo de leerme -aparte de un evidente villamelón- apátrida, malinchista y decepcionado, ¿sería muy malo o sentaría un mal precedente ir tomando en cuenta la posibilidad de apoyar a otra selección de fútbol?
Tal vez la selección nacional está más ocupada en otros menesteres y nuestra esperanza de triunfo les apesta los negocios. Entre sandwiches, refrescos, servicios varios y demás publicidad, novias famosas o regodeos con el gobierno, nuestros seleccionados realmente tiene poco tiempo para entrenar y dedicarse. Ya se sabe que requieren un espacio especial con mesa de billar y consolas de videojuegos para pasar ratos amenos entre ellos -y eso que aun no sabemos si sus egos duermen con ellos o en cuartos aparte-. ¿Para qué fastidiarlos con nuestras ganas de que ganen un -censurado- partido? ¿Es tanto nuestro egoísmo que estamos dispuestos a desviarlos de sus planes?
Finalmente, desde el más sencillo de los mexicanos -pasando por comadrejas tan desagradables y bajas como los comentaristas y cronistas deportivos- hasta el mismo presidente -que no es garantía de complejidad y que por ningún motivo pondría yo como ejemplo de nada-, siempre se expresa la misma canción ante el triunfo y la derrota, si ganan, ganamos, si pierden, perdieron. Inocentes que cada regreso al país lo hacen con la cola entre las patas y, seguramente, necesitan años de terapia, sólo por nuestro deseo de estar entre los ganadores.
¿Por qué, insisto, debemos estresar de esta forma a tan jóvenes y neófitos empresarios? ¿Por qué cortarles el ánimo de mejorar en la venta o renta de sus imágenes y servicios a empresas de publicidad, comida o telecomunicaciones? ¡Basta! Dejemos que sus sueños florezcan y se desarrollen y, quizás, algún día los veamos en programas como "the secret millionaire", "Dragon's Den" o en una mexica producción de "the apprentice". Si algo queda claro es que el fútbol no es lo de ellos -ni de dios o la virgen, ya que de nada les sirve persignarse mil veces antes, durante y después de cada partido-.
Mi primer mundial -siendo yo inconsciente de ello- fue el de 1970, ya pasaron 40 años y DOS veces se jugó la copa en este suelo y nada. Siempre son más emocionantes las finales clásicas en el Azteca -y más baratas y más al alcance de todos- y se invierte menos deseo y esperanza, ya que, sea el que sea que gane, siempre es un equipo comercial plagado de extranjeros que dicen amar al país -nada tienen que ver los millones que ganan, las novias de televisión que les imponen, las posibilidades de ser galanes de tv o el que les disparen algo en los bares mexicanos-.
Es triste pensar que en el mundo hay tanto jugador que se esfuerza y entrena para que llegado el momento vaya a una gesta mundialista con ánimo triunfador y empeño en buscar la copa y sólo cuenten con unos cuantos millones de fans y que nuestras ansias anden tan perdidas y sean como millones de niños huérfanos sin tener a quien adjudicarle las porras y las ganas. Sería cuestión de buscar una selección que juegue con ganas, que necesite el apoyo de un país virgen -por lo menos en cuestiones de triunfo mundialista- y acepte ser vitoreado por los, más de 100 millones, mexicanos que esperamos ver el triunfo y por un momento, poder probar ese fugaz sabor a victoria -y no la cerveza-, antes de que tengamos que volver al cotidiano de nuestros días, pero felices de saber que apoyamos a un grupo que nos cumplió -no como los políticos, procuradores y lideres sindicales, que tantas pasiones despiertan sólo para ser puro dedo hipnotizador-.
Así, cuando juegue la selección nacional y, por algo -lluvia, sol, lodo, afición en contra, balón, pasto, ruido, etc.-, pierda, podremos aplaudirles y recordarles que siempre es así, que les reconocemos el esfuerzo y a lo mejor algunos reporteros -de finanzas- los reciban en el aeropuerto cuando regresen cubiertos de derrota, pero bañados en dolares.
En cambio, cuando juegue la selección adoptiva, podremos pedir que se suspendan labores, pintarnos el rostro con sus colores nativos, comprar cervezas y botarnos el ombligo bebiendo y comiendo botanas -de preferencia las típicas de aquel país de ensueño- a su salud, sabiendo que el triunfo está cerca y podemos olerlo. Para que al final, cuando la copa se encuentre entre sus manos, retiemble en sus centros la tierra al sonoro rugir de los millones congregados frente al Ángel, festejando el triunfo merecido, ondeando nuestras banderas con el orgullo de saber que los que nos tocan juegan, pero que los que elegimos ganan.
Así podremos, también, ir entrenando para cuando, hartos de nuestros políticos de miér... coles, decidamos votar por otros en otros países y dejemos de pagar y obedecer a tanto inútil que prefiere tomarse largas vacaciones para irse al mundial o quedarse en casa viendo un -censurado- partido de fútbol.
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"Suspenciòn animada"