La Vida Moderna - El romance fugaz -

Las miradas se cruzaron, los ojos giraron en direcciones contrarias; uno busco a dios en el techo, otro al diablo entre las vías. Los de mirar no pudieron permanecer ajenos al atractivo del otro, volvieron a buscarse, se rechazaron como imanes con la misma polaridad; ambos perdieron la vista en un horizonte imaginario, uno buscó un algo que no halló entre las cabezas distantes y el otro tampoco tuvo suerte entre los mosaicos y los anuncios espectaculares. Resignados con las mutuas presencias abordaron el tren.

Tal vez fueron las manos las que perdieron la compostura. Nadie atina a decir quién comenzó, si la derecha de uno o la izquierda del otro, pero se buscaron, retaron, tocaron, desearon (un repentino frenón las detuvo, las volvió tímidas y a sus respectivos espacios). Empezar de cero, buscar, tocar, retar, desear, ¡encontrar!

Los labios entraron en acción con una mustia sonrisa, respondida con otra más mustia aun. Volvieron a mirarse como si los rostros enteros fueran una boca y las lenguas atrevidas humedecieron sus respectivas zonas sin recato, invitantes, juguetonas, frescas, vivas.

De nuevo esas manos livianas, tocaron con certeza y fuerza zonas desconocidas y prontas a querer ser familiares. Mientras, las sonrisas danzaban coquetas de una cara a otra y las miradas suspiraban en vaivenes silenciosos, los sonidos del entorno no existían y las piernas marcaban un paso instintivo de un corazón apremiante.

Una estación más, los cuerpos no resisten, se acercan, sienten la proximidad y se disponen; se tensan y relajan al ritmo de una sinfonía que no existe, pero es real desde el principio; los besos se anticipan; la piel se riza de antelación; el tacto, excitado, apenas puede respirar; la ligereza de los pulmones los eleva; el peso genital los ancla.

Fugazmente los pechos se rozan y las pasiones estallan en sonidos que indican que suena la alarma de mi celular y esta es otra historia que dejaré sin final, ya regresé a la realidad. Aquí, sentado, no reconozco el tiempo ni su paso veloz y ligero. Debo irme a buscar otra historia; a sentarme allá, en un parque; a caminar por zonas lejanas parando oreja; a otear a hombres y mujeres que se miran, se ignoran, se desean y rechazan; a oler los rancios quejidos de las viejas y viejos que hablan de tiempos idos; a imaginar con los niños los otros mundos que ellos ven y yo ya no puedo. Con un poco de suerte llegaré al final de una historia nueva o al inicio de algo añejo.

Vuelo, pues, a encontrarme con ese romance fugaz de mi mente con las irrealidades de otros.

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