La Vida Moderna -La calle Cliché-

cliché(Del fr. cliché).

1. m. clisé (‖ de imprenta).

2. m. Tira de película fotográfica revelada, con imágenes negativas.

3. m. Lugar común, idea o expresión demasiado repetida o formularia.


¡Bienvenidos a la calle Cliché!


Paseen por típicas banquetas rotas, levantadas aquí, hundidas por allá; disfruten de la sombra de sus árboles torcidos; caminen con cuidado porque es campo minado ya que nadie recoge las heces de sus mascotas; les pido que no se preocupen por la basura, ya que las autoridades han decidido no reponer los botes de basura que los mismos habitantes han quemado o han tenido a bien usar para hacer cerros de deshechos a su alrededor (para evitar pagarle al recolector o tener que caminar hasta el camión, que dejó de venir hace tiempo); nada mas les sugiero que no pisen las zonas del césped, claro, sé que las ven secas, pero hubo un tiempo que crecieron muchas flores, el pasto más verde que puedan imaginarse y estaban bordeadas por "truenitos", pero como era mucha responsabilidad regarlas han preferido usarlas para estacionar los autos... ¡En fin! Puede parecer nostalgia o una queja disfrazada pero no, en realidad, a pesar de todo, es un buen lugar.


La calle Cliché es hermosa por su diversidad, por su variopinta arquitectura, sus altisonantes colores, por el bullicio de sus habitantes y visitantes, una moderna Babel con lenguas y pieles distintas a cada paso, un collage cosmopolita que le arranca suspiros a los viajeros y que llena de añoranza a los ancianos, que aun nacidos aquende, recuerdan los cuentos de los abuelos y sus lejanas tierras.


Primero se encontrarán con la tienda de ultramarinos Don Venancio, fundada por españoles hace tantos años que ya existía antes de la Independencia. A un  costado está la boutique de moda, en un monísimo edificio de antes de la Revolución, los dueños fueron y son franceses de alcurnia, de rancia europeidad que levantan la nariz ante los demás (aunque todo lo que venden sea de León, Guanajuato o de Chihuahua, Chihuahua). En la acera de enfrente está la lavandería de chinos (no, no lavan chinos, los dueños son chinos, muchos), una familia enorme que también tiene un restaurante a media cuadra. Entre la lavandería y el restaurante están la tienda de telas de unos árabes (no importa su origen, todos son árabes), la joyería de prestamistas judios y la chocolatería de los suizos. Justo en frente, del lado de los españoles y franceses está el bar de los irlandeses, la pizzería de los italianos, un local de electrónica de alemanes, la tienda de lámparas de otros árabes que cedió la mitad de su local a una boutique de computación y gadgets, todo parte de un consorcio gringo-nipón.

En la cuadra siguiente nos encontramos con una hermosa casa de cultura indígena fundada por holandeses que pretenden salvaguardar las costumbres prehispánicas y vender artesanía, este viejo edificio era, originalmente, una academia inglesa para enseñar modales finos a señoritas aristócratas (pero los modales finos, como las señoritas quedaron en desuso); le sigue una panadería de austríacos y, obvio, un café de turcos. Enfrente está el moderno despacho de diseño de un argentino, el gimnasio y academia de baile de una brasileña sensual y voluptuosa; en contraste sigue el centro de atención para mujeres que se formó gracias a la tesonuda labor de un grupo internacional preocupado por el bienestar de las mujeres de este país (aunque no todas reciben ayuda, porque una cosa es ser mujer y otra es ser pendeja y a las pendejas no se les brinda ayuda); no puede faltar la estética europea, nadie entiende de dónde son los chicos, pero hablan raro y muy torcido, algunos creen que son belgas (y sí, son muy buenos para el corte);  casi al final, podrán ver el pequeño tugurio en lo que fue la capilla de la santa Clodovea, siempre oscuro y de dudosa moral que es manejado por rusos y al final de la calle, justo en donde estuvo la lonchería de Doña Petra ahora se levanta el bistró "La Commune" el primer negocio creado por la nueva generación de descendientes de tan ilustres habitantes.

Al mero final de la calle se encuentra don Pancho, el mexicano, sentado en la banqueta, reposando su cansancio en el muro de graffiti canadiense donado por la delegación para un grupo de artistas de ese país. Sonriente y amable, trabajó para todos, recibiendo el dinero con una mano y uñeando con la otra, consciente de que no robaba, esa riqueza siempre ha sido suya, es su país, es su casa, no, nunca fueron hurtos, era justicia y con esa coartada pudo dormir más tranquilo sus siestas y sus crudas, esos pensamientos lo mantenían firme cuando, sin pretexto, faltaba a trabajar o dejaba sin aviso algún empleo por la terrible depresión de trabajar para esos otros. No le importó la escuela porque, como se repetía hasta el cansancio, los maestros lo odiaban, siempre favoreciendo a los extranjeros; se casó casi de milagro porque todas las mujeres preferían a los güeros o a los prietos barbones, esos que nunca le dieron oportunidad de brillar en los deportes, la música, la ingeniería, la poesía, la danza, la química, el periodismo o el salto en paracaídas. Muchos hijos, como buen mexicano, el Yonatán, la Britny, el Kevin, la Yané, el Mojamé y el Yobao, todos apadrinados por alguno de sus jefes, buenos compadres que siempre vieron por los muchachos, no como el patán padrino de el José, que se peló y no le regaló ni la medallita del santo al muchacho. El buen don convenció a sus compadres de mandar a sus hijos a los diferentes países en donde ahora ellos son extranjeros que se ganan la vida trabajando allá, don Pancho esperaba con loco anhelo que también quitándole el trabajo los oriundos; pero fue terrible para don Pancho verles llevando una vida que él nunca pudo, jamás los escuchó quejarse, les veía estudiando, trabajando, creciendo, alejándose de ese México tan suyo, el del pretexto, el del aborigen herido que no cura nunca, el de la lástima, aquel del que pide todo llorando, del que niega a gritos, el del perpetuo rencor y la infinita abulia. Les gritó y los insultó, recordándoles que, no importa en dónde estén, siempre serán mexicanos y les pide que no se parezcan tanto a los otros, que regresen para mantener vivas las tradiciones, esas de orarle a dioses ajenos, de vitorear una libertad organizada por descendientes de los mismos invasores, o gritar vivas por sacar del poder a un presidente nacional (originario pues) y agasajarnos por casi treinta años de confusión y abuso, celebrar nuestro petróleo, cantar con Pedro y Jorge y admitir que México es chinampa en un lago escondido y ¡ajua!, don Pancho se levanta de un salto, le da un sorbo a su tequila y se aleja cantando México Lindo y Querido, le habla de tú a la muerte y le pela los dientes y pasa por la calle Cliché gritando lleno de orgullo ¡Viva México Cabrones!

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