La Vida Moderna -Cuando Facebook era divertido-

"Originalmente era un sitio para estudiantes de la Universidad de Harvard. Su propósito era diseñar un espacio en el que los alumnos de dicha universidad pudieran intercambiar una comunicación fluida y compartir contenido de forma sencilla a través de Internet. Fue tan innovador y exitoso su proyecto que con el tiempo se extendió hasta estar disponible para cualquier usuario de la red."

-Wikipedia-

Después de ese punto yo agregaría: y fue cuando la puerca torció el rabo.

No hay nada que no se corrompa, ensucie o enlode, eso sí, siempre con las mejores intenciones (y desde luego, las peores).

No voy a decir que fui pionero de Facebook, obvio no, pero si me tocó utilizarlo en una de sus formas más simples. Recuerdo que sólo podías acceder a él por invitación, misma que te enviaba algún loquillo o loquilla que quería que jugaras a algo (generalmente eran peleas entre vampiros, hombres lobos, zombies y no recuerdo cuál era el cuarto... Momias! Sí, creo que eran momias). Era de un ñoñismo exquisito, las apps era pura cursilería y, en algunos casos, guarrerías de lo más simples. Podías enviarle a tus amigos y conocidos el vasito rojo pa la peda, flores, banderas, tarjetas cursis o picantes, estampitas de caricaturas, películas, actores o cantantes que, conforme enviaras o recibieras se iban liberando más. Podías comprar o vender amigos, calificarlos por sensuales o simplemente chulearlos con unos guiños o corazones. En ese entonces el poke o toque era algo esperado, una sencilla forma de darte un saludo sin escribir palabra -muy útil cuando el otro era de algún país cuyo idioma no puedes ni imaginarte-, virtualmente un toque en el hombro o un psst-psst.

Fue una locura muy extraña, por lo menos para mí, de pronto un polaco pide amistad, luego un suizo, italianos, japoneses, israelíes, australianos, mexicanos en el extranjero, ingleses, gringos, colombianos, venezolanos, argentinos, griegos, egipcios, mexicanos, españoles, belgas... Llegó un momento que abrir el Face era como tener una ventana a un mundo virtual muy amplio, limitado por la sencillez de los representantes de cada país y sus versiones de la cotidianeidad de sus vidas, hasta ese momento, privadas.

El inglés se volvió la llave, la clave, el medio para que personas tan ajenas, distantes y diferentes comenzaramos a compartir simplezas del diario, recetas, preguntas sobre los países de origen, comparaciones en gastos, impuestos y, desde luego, de cosas más íntimas cuando la situación lo ameritaba. Casi todos teníamos los mismos amigos por lo que los comentarios siempre eran cordiales, y las pláticas podían extenderse a cientos de comments en una foto o en un estado (la gran mayoría de las personas que me contactaron en un principio son gays, pero sé que fue muy parecido con mis amistades heterosexuales), todos con nuestros nombres verdaderos, sin nicks, sin fotografías de actores, cantantes, ilustraciones de cómics o caricaturas, sin nombres de albur, existía una confianza reforzada por las fotos que compartíamos, quedaba claro que éramos nosotros, nuestros días, nuestras pasiones. Rara vez una queja, rara vez una crítica, si no te gusta no opinas y, como siempre, el silencio es mas elocuente que una perorata en los comentarios. Desgraciadamente, no todos los que empezamos a conocernos logramos sobrevivir a los cambios del Facebook, de las sociedades, de los códigos ni de las modas.

No recuerdo cuándo fue, tal vez después de los primeros cambios (con los rumores de que ahora Facebook se adueñaría de tu vida) o después de la fama de la red social (pésima al principio), sí, yo creo que fue después de que empezó a santificarse y a maldecirse. Tal vez fue cuando la bondad a rajatabla y la furia a ultranza de los usuarios comenzó a hacerse evidente, cuando el sitio comenzó a dar pie a que sentimientos de rencor, soledad, miedo, aversión, de superioridad, de sabiduría, de soberbia, de corrección política, fueran inflados e inflamados. Poco a poco comenzó a llegar un conjunto de personas (curiosamente muchos parte de una realidad, verdaderos conocidos, gente considerada amiga de verdad, familiares) que, tal vez por la cercanía o la historia vivida en conjunto, comenzó a dar pie a las fuertes críticas, al disgusto por ser quien eres o por no ser lo que ellos esperaban o recordaban; lentamente el sitio se volvió un espacio para ser juzgado -bueno, uno no es santo- y juzgar. Cuna de complots, de conspiraciones, todos saben que lo que los demás saben es mentira y una manipulación de los medios, tanta paranoia desperdiciada. Una montaña de máscaras que cayeron al mismo tiempo al sentir la seguridad del anonimato web. Así terminó una época muy sha-la-lá de Facebook.

A muchos los pokes les parecieron un fastidio y comenzaron las amenazas con desamigarte si continuabas con tan molesta práctica. Las apps cursis, chistosas y albureras desaparecieron, grupos enteros criticando las fotos, los gustos musicales, los comentarios, amigos peleando en tu página, amistades reales que se perdieron para siempre por diferencias políticas, deportivas, religiosas ¡carajo!, hasta el cine y la televisión dividen (siempre fuimos diferentes, pero, de alguna manera Facebook lo magnificó). Perdida la capacidad para guardar silencio, todo se objeta, con o sin razones, así de simple, basta un porque sí, para terminar una discusión y una amistad.

Súbitamente todo tomó importancia, se volvió cuestión de honor y ya nada puede ser gracioso, la corrección política y su fascismo han sentado sus reales en las redes sociales y ya nada es chistoso, todo es ofensivo, todo lastima. Santos señores y señoras de la neomoralidad deambulan por las páginas cazando boquiflojos que dicen lo que piensan (tengan o no razón). Ya no se le puede decir huevos a los blanquillos porque algún grupo resulta ofendido. Vivimos en una libertad condicionada, una libertad presa de los demás, rodeados de patrulleros de la inconformidad eterna. Tal vez Facebook se ha vuelto el espejo en el que se refleja la parte más torcida y lastimada de los seres humanos. Odiar es uno de los verbos más usados, odio esto, odias aquello, odió la película, odiamos a esos, odian a los demás... Ser feliz es un pecado imperdonable, miles de estudios aseguran "los que son felices en Facebook, son miserables en la vida real" y cientos de universidades desconocidas no pueden estar mintiendo.

Lo mejor y lo peor de nosotros está ahí, en un día, en una sóla página de noticias: un perro muerto a patadas, niños víctimas de bombardeos, animales salvados por gente bondadosa, la belleza de la naturaleza, los horrores de las religiones, la imponente grandeza del universo, la hipocresía de la política, las mentiras, los logros, la mezquindad de grupos de buenos y malos, las noticias viejas, los llamados a intolerar en nombre de la tolerancia, a veces la verdad se ahoga entre mentiras que se acomodan más a la realidad de cada quien, siempre bajo la bandera de la digna indignación, de la bondad absoluta o desde el pedestal de la sabiduría sin fin. No importa el tema, siempre saldrá alguien a decir que es irrelevante frente a: _____________________________ (poner tema de indignación chaqueto y/o real del momento).

A diario las amenazas de quienes van a limpiar su Face de gente que no cumple sus expectativas o con sus deseos, como si al entrar a Facebook tuvieras que, forzosamente, entregar tu voluntad a los demás. Cadenas que se copian de estado en estado invitando, no, conminando a copiarla para evitar que el usuario sea expulsado del Valhalla facebookero de la verdadera amistad, la condicionada.

Que lejanos se ven esos días en los que se madreaban a mis vampiros los zombies de X o los hombres lobo de Y, cuando las notificaciones avisaban de que fulanito me mando un corazón o perengano un vasito rojo pa la peda; ya no recibo los pokes de antes, somos pocos los que mantenemos la tradición viva. Teníamos un paraíso virtual que se perdió para ganar un mundo, igualmente virtual, más abierto, sin fronteras, pero limitado, muy limitado y constreñido por el arma más peligrosa que existe en el mundo, la mente humana.

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