La Vida Moderna -¡Felices Compras!-

Por el amor a un dios, la humanidad entera se ilumina, se desangra de ternura y se dispone a regalar, aunque sea afecto en este día tan especial, ten diferente a todos, el día de navidad.

La costumbre de regalar en navidad no es cristiana y nada tiene que ver con ofrendas de borreguitos de los desprendidos -y muy pobres- pastores judíos de las cercanías de Bethlehem el día que no nació Jesús (el Jesús actual nació unos quinientos años después de que el original murió).

La hermosa y muy saludable -económicamente hablando para los negocios- costumbre de dar regalos está estrechamente ligada con las Saturnales Romanas. Al parecer, era una fiesta de lo más divertida, relacionada con el dios Saturno (obvio), las cosechas, el solsticio de invierno y el tiempo extra... Sep! Los esclavos ya no tenían que deslomarse tanto por unos días y podían distraerse y olvidar sus penas con tiempo de relax, regalos de parte de sus dueños (nada de plumas de la corporación y agendas con el nombre grabado y el logo de la empresa) y, dicen, que en algunos casos hasta el amo les daba chance de mandar por un día (mega kinky, pero ya conocemos a los romanos -además lo que sucede en las Saturnales, se queda en las Saturnales-), aun no he encontrado el papel de los niños en estas celebraciones, qué se les ofrecía y si estaban a salvo del bullying laboral, porque los papás como sea, ¡pero ellos eran criaturas, esclavos, pero criaturas!

Casi todo lo que el humano festeja, de una u otra forma, está relacionado a los pocos vestigios que nos quedan del seguimiento de los astros y los cambios de estaciones. Dos de los grandes éxitos que la humanidad entera festeja es el inicio de la temporada de siembra y el final de la cosecha, uno con esperanza y otro con agradecimiento.

Festivales de luces, arreglos con plantas y flores y, sobre todo comida. Regalar comida es la señal inequívoca de cariño humano (por lo menos antes de la llegada de la anorexia, bulimia, ortorexia y demás desórdenes alimenticios -la obesidad ya existía desdenantes y, supongo, era por puro amor por eso los gorditos éramos considerados felices hasta que los pinches flacos tomaron el control del mundo y no dejan de sentir celos de nuestro puerco, digo, cuerpo tan lleno de amor-).

Y bueno, como según cuentan, el trueque era la forma de conseguir lo que no se tenía, seguramente, al final de la cosecha los intercambios de productos deben haber estado a la orden del día; así aquel llegaba con un poco de esto y el otro con un tanto de eso y otro más con aquello y a ver a cuántas aceitunas te dejaban caer por la corva de vaca, cuántas gallinas por el cajón de manzanas, cuántos melones por los de tu hija y etcétera (seguro no había grinches quejándose de los adornos de plantas, de la cantidad gastada en velas y teas, de las canciones de temporada para agradecer a los dioses y boberías sobre la venta y picardías sobre cualquier tema). Actualmente un intercambio es un compromiso oneroso y molesto que se lleva a cabo en las oficinas, en donde se procura dar el roperazo, agarrar la oferta de la semana y sobre todo entregar toneladas de hipocresía mal envuelta con sonrisas de hule.

Pero bueno, desviado que soy ya me alejé del tema principal, la navidad es un festejo que suple a las Saturnales, así de simple, recuerden que los romanos eran de lo más flexibles con sus dogmas y no les molestaba compartir su panteón con otros dioses... Salvo el dios judío que era imposible de tratar. La versión light del dios judío que andaba rolando por la época había captado a la enorme mayoría del Imperio, sí, aquellos que no tenían trabajo (ni de esclavo), ni estudios, ni propiedades (y no, no eran ninis) y que no recibían regalos en las Saturnales, los pobres, el Sacro Imperio Romano estaba compuesto por una sana desigualdad bastante simple, había cientos de familias con poder y dinero, el resto eran millones de pobres; ahora unidos bajo el estandarte de un judío mártir que predicaba la humildad, el amor al prójimo y el perdón (siendo pobres no tenían mucha opción más que ser humildes, perdonar agravios y querer al que se dejara, una religión hecha a la medida).

Después de que el Imperio decidiera cambiar bandera y "abandonar" a sus dioses antiguos por lujuriosos, pécoros, soflameros, incestuosos y caprichosos, eligieron al mas dulce y bueno de todos, siempre y cuando no lo hagas enojar (diluvio, Sodoma y Gomorra, plagas); era de esperarse que todo retomara un cause puro y casto, pero, pues, así no funcionan las cosas (como nos lo enseñó el pobre intento panista de sacar el Jurassic Park de los pinos), se debe tomar en cuenta lo arraigado de miles de años de cultura y tradiciones (o setenta y tantos años de dádivas priístas), por lo que la persecución de prácticas paganas les sacó canas verdes a las recién convertidas (uuuu... la mar de piadosos que deben haber sido) autoridades eclesiásticas, por más vírgenes para suplir a Isis, por más San Judas sobre Hermes y jóvenes Jesúses robándole el divino rebaño a Apolo que pusieran, la gente quería seguir festejando sus Bacanales, sus Saturnales y demás orgías DIVERTIDAS que contaban con la aceptación de ricos y pobres, la nueva religión salió bastante funesta y desangelada, adorar al muerto, por más resucitado no deja de ser deprimente y con el Apocalipsis tocando a la puerta cada fin de año, las ventas y los toures por Europa andaban muy alicaídos. Cualquier festejo que sonara a guateque, servía para levantar espíritus y dar un poco de esperanza (eso de ser feliz después de morirte no era una promesa muy aceptada por la Sociedad de Pobres Romanos A.C.) y la costumbre de alumbrar, adornar, comer y regalar (aunque fuera una piedra tallada con el nombre del hijo) y la llegada del Sol Invicto era la temporada más esperada del año. Y por más que los sacerdotes, ya muy organizados en eso de lastimar el cuerpo, mortificar la carne, hacer ayuno y abstenerse de jaloneos, devaneos y cosas carnales, amenazaban con horrores infernales, el pópulo prefería gozar ahora y pagar después. Fue entonces cuando se decidió que, en respeto al hijo de dios y a la voluntad del pueblo, se hacía un ajuste de cumple y listo! Festejar el nacimiento de Jesús en plenas Saturnales, con posadas incluidas! Plan genial que permitió generar toda una industria de adornos, comida, regalos y publicidad que perdura hasta nuestros días (todo supervisado por la Santa Madre Iglesia y el benevolente Sacro Imperio con opción a agregar festejos de los nuevos territorios conquistados para evitar rencores).

Reajustadas las fechas, los personajes, las letras de las canciones y dos o tres manazos a los insistentes paganos, la bonita costumbre de mantener sana la economía en estas fechas se mantiene en pie hasta nuestros días. No importa si se festeja al Sol Invicto, a Jesús, el final de las cosechas, el fin del año... El chiste que debemos dejarnos seducir por el espíritu del dar, aunque ya no pensemos en las cosechas, en el temor a la oscuridad perpetua y la muerte de la naturaleza o el nacimiento del bebé divino. El chiste es apendejarse, caminar como zombie por los pasillos arrebatando cuanta estupidez colorida se nos presente, atiborrar las calles de autos incontrolables, hombres y mujeres agresivos que a la menor provocación se detienen a ensayar la carita de ternura con la que dirán "felicidades" a las doce de la noche y podrán decir que la navidad les ablanda el corazón y que se sienten muy cerca de la fe.

Ah... El corazón se nos llena de luz y se nos vacían los bolsillos, en el ambiente flota el amor y por tierra rodarán toneladas de basura, se cantará con dulzura las nanas para dormir al niño de cerámica y se amenazará a los reales con perder sus regalos si no se duermen y dejan de estar chingando; todo en honor al fin de la cosecha actual favorita del ser humano y su dios más grande... ¡El dinero!

¡Felices compras!


Comentarios

Rosaura Ruth dijo…
Muy buena reseña, y en el preludio al festejo, el infierno por las calles, aunque no salgas de compras, sólo ir a trabajar es suficiente para sentirlo :-)
Besos

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