La Vida Moderna -defensores de la familia I-

pederastia
Del gr. παιδεραστία paiderastía.
1. f. Inclinación erótica hacia los niños.
2. f. Abuso sexual cometido con niños.


Nada mas faltaba un trámite, la primera confesión, a pesar de haber recibido el catecismo con un grupo de piadosas monjitas que me llenaban de una ternura dolorosa, no había entendido nada, mucho blah blah, muchas historias bíblicas, mucho dios esto, dios aquello... y yo seguía sin entender de que iban los famosos sacramentos o por qué demonios eran tan importantes. En fin, después de mucho esperar llegó el famoso padrecito que nos iba a dar el cuerpo y sangre de cristo para tranquilidad religiosa de mi padre (ni mi mamá ni mi hermano ni yo estábamos brincando de contento). El padre que llegó era un treintón de barba, con actitud suave y de carácter dicharachero, las monjas se le arremolinaban y nos señalaban, también le mencionaban el tiempo y la premura, mucho qué hacer todo el día. Si de por sí no me sentía cómodo, saber que estábamos interfiriendo con la vida del convento me hizo sentir mal.

Finalmente abrieron la oficina en la que el sacerdote, al que todo mundo rendía pleitesía, finalmente aplicaría la confesión antes de entrar de lleno al evento magno, evidentemente, tratándose de confesión pues no podía pasar nadie más que uno y su costal de pecados (lo que puede llegar a considerarse pecado gracias a todo el cochambre social que le imponen a uno); desde el principio me sentí extraño, nunca había estado a solas con un adulto en ningún lado, siempre en público (como cuando vas a la tiendita) o con mi mamá o papá (como cuando vas al doctor) y ahí estaba el padrecito, sentado con sus ropas con blanco, verde y dorado, muy enseñoreado del lugar y me extendió la mano y me pidió que me sentara junto a él. Sin soltar mi mano me acarició el rostro con su mano libre y me dijo que era muy lindo, que tenía la cara de inocente. Empezó con sus rollos de lo importante que era acercarse a dios mientras metía su dedo entre mi cuello y la camisa y me preguntó que si no estaba muy ajustada la corbata; salió conque que el vino esto y el pan aquello entretanto unía mis manos en posición de oración y las cubría con las suyas; finalmente comenzó a preguntar qué entendía yo por las mortificaciones del cuerpo (yo seguía esperando el famoso "Ave María Purísima" para responder el "sin pecado concebida" que me había costado un huevo aprenderme), no recuerdo que respondí, si algo relacionado al dolor o a las torturas de la inquisición, ya no me gustaba estar ahí; la cara del sacerdote estaba cambiando, estaba rojo, su respiración era muy agitada y sus manos estaban en mis muslos y su voz me acosaba, "¿Te has masturbado?", "Dime la verdad, ¿ya te masturbas?", "Tienes que decírmelo, yo te puedo ayudar para que dios no te castigue", "Dime como lo haces..."; sus manos estaban en mis ingles y me estaba enterrando los dedos pulgares. Moría de miedo, quería gritar, no pude... se acercó mucho; su cabeza estaba sobre mi pecho cuando alguien tocó a la puerta. Era una de las monjitas del catecismo, la más viejita, alegando que no tenían todo el día y que cuántos pecados podía tener alguien como yo. Sin confesarme salí a recibir la eucaristía seguro de que el fin del mundo estaba por empezar.

La ceremonia se llevó acabo con todos sus elementos litúrgicos, supongo que tener un sacerdote con esas conductas permite a dios omitir sus errores y afrentas, total, son su propia gente y si no los fulmina con rayos en ese momento es que tienen su permiso ¿no? Frente a mí estaba el tipo de sacerdote de los que, años antes, había escuchado a mi abuela contar la historia, de esos que le hacía "cosas" a los niños y niñas de Guasave allá por 1912, de como fue medio matado a golpes por los papás de los pequeños y de como jamás mi bisabuela la dejó encargada con monjetas ni padretes (mi abuela no podía pasar un minuto en su cercanía), típico que al preguntar por qué, me dijeron que no estaba en edad de entender. El fulano habló de la inocencia de los niños, de la importancia de acercarlos a dios, de protegerlos del mal, de permitirles pasar mayor tiempo en actividades de la iglesia; ese güey que me había clavado los dedos en las ingles minutos antes, pidiendo que le llevaran más niños. El típico representante de dios en la tierra. Un pederasta en el paraíso, en un lugar en dónde sus propias autoridades lo defienden y seguramente, después de que algún niño con más huevos que yo, se atrevió a decirle a sus padres, fue enviado a otra zona en donde poder seguir buscando la inocencia y seguramente ahora saldrá a marchar, junto con todos los defensores de la familia, tomando a los hijos de alguien de la mano, exigiendo respeto para la familia, que no se metan con los niños (si no son sacerdotes).

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Ana Laura Patiño Talamantes

A veces me siento y pienso...

Jotitos del Metro -o las perras de las dos tortas- Prohibido tomar fotografías