La Vida Moderna -el cielo prometido-

Desde la antigüedad hasta hace como cincuenta años, la llegada de los hijos a la adolescencia representaba la liberación de los padres de los vástagos y para estos de aquellos. La ansiada independencia, es un tema recurrente en la historia humana, basta ver la mitología de distintas culturas en las que nunca faltó un enfrentamiento entre dos generaciones (dioses padres contra dioses hijos) por dominio y poder. No es cuestión de un sistema (corrupto y represor que hostiga a los pobres jóvenes), es cuestión de un imperativo biológico que enfrentaba vitalidad (el yo puedo) contra experiencia (el yo sé, por más chueco que esté lo que se sabe) que idealmente y a fuerza de confrontaciones entre ambas partes da paso al aprendizaje y madurez que, irónicamente, vuelve a los hijos en los padres. Por milenios el drama se desarrolló de esta forma, con sus debidas variantes. Los cachorros humanos, a diferencia de los demás animales, suelen ser pequeños tiranos bipolares que hacen de la vida de los padres un infierno glorioso o una gloria infernal, entre ternuras, berrinches, dádivas, egoísmo, crueldad, dulzura, obediencia y rebeldía, por lo menos hasta que descubren la felicidad de empezar a relacionarse con iguales. Los pequeños siempre han necesitado de una mano guía que los prepare para explotar de lleno en la adolescencia (la fórmula pareciera ser que a mayor presión, mayor rebeldía y búsqueda de libertad), la sensación de poder y fuerza, acompañados de una incesante necesidad no sólo de saber sino de generar sus propias versiones de las verdades que se topan en el camino, hacen que cada generación de adolescentes descubran el hilo negro, la limonada y el agua caliente. El aguerrido ímpetu rebelde del adolescente lo hace cuestionar lo ya aprendido, además de que por naturaleza tiende a hacer todo lo contrario que sus padres y la sociedad le han inculcado porque, taimado que es el cerebro, en esta etapa siempre sospecha que éstos le han mentido, le han ocultado un algo básico que debe encontrar, probar y disfrutar por sí mismos, o sea, los adultos manejan secretos que no comparten, y corresponde a los púberes descubrirlos y dominarlos. Afortunada y desafortunadamente en ese proceso los adolescentes son muy frágiles porque a pesar de su enjundia y empuje, no dejan de estar en terreno desconocido y pueden caer fácilmente en manos de grupos manipuladores como los religiosos (cada vez más raro), mafias (ofrecen harto dinero) o partidos políticos.

Durante el desarrollo del adolescente se hacen promesas y juramentos de no ser nunca como sus padres o como el resto de adultos que han poblado su vida aunque, finalmente conforme se crece, un piadoso velo de amnesia hace olvidar las correrías, transgresiones, trastadas y juramentos realizados, lo que nunca se olvida son los dolores y querellas que siempre se magnifican, se vuelven traumas y obstáculos, por lo que es común que no se recuerde haberle pegado a otro o de haber sido un bully, pero todos recuerdan cuando fueron golpeados y humillados, esa cubierta magnánima que logra cubrir lo que fueron y así se lanzan al ruedo de ser padres sin consciencia de que ahora serán ellos los que hagan el papel de villanos en el refrito de la telenovela humana y llorarán, prohibirán, castigarán y, al final, doblaran las manos como lo han hecho tantas generaciones anteriores ante los aguerridos hijos... o por lo menos así era.

Durante el el Siglo XX, en particular desde hace como cincuenta años y gracias a los avances de la ciencia y la tecnología, la llegada de los hijos a la adolescencia representa cada vez menos la liberación de nadie. El mantra intravenoso que se les ha aplicado a los padres es el de la libertad de los pequeños, que hagan lo que quieran sin encontrar obstáculos en su camino, lo cual hace de los padres meros observadores del desarrollo de las criaturitas angelicales, temerosos de intervenir por miedo a traumarlos. La inseguridad que ofrece la sociedad moderna impiden que los niños convivan en grupos fuera de casa, como lo hacían antes por lo que dependen, más que nunca en la historia humana, de la relación con sus padres y familiares cercanos, cerrando el círculo de experiencias y conocimientos a un mínimo de diversidad de ideas y experiencias. Los gadgets sustituyen todo tipo de contacto real y les permiten asomarse a un mundo más amplio, complejo y hasta peligroso, que el que generaciones anteriores vivieron. Si ya la llegada a la adolescencia era difícil en ambientes propicios, actualmente parece tener mayores conflictos y confusiones, tanto para los hijos como para los padres ya que entre más se estudia, se investiga y se publica sobre el asunto, más difícil se las ponen. Los nuevos adolescentes inconformes con sus padres, el amor, el sistema, la biología, la literatura, la gramática, el horizonte, la historia, el viento, los animales, la alimentación, la tecnología, la sociedad, la violencia, la escuela, la economía, en fin, inconformidades que son los mismos hilos negros, las limonadas y el agua caliente de todas las generaciones, lanzan su energía al viento, no hay adultos que se opongan, que con experiencia reten la inteligencia de éstos para superar esta etapa dejándolos hundidos en un mundo de ideas propias, sin importar cuan geniales o equivocadas estén; no hay quien esté dispuesto a tomarlos de la mano, cuestionando sus peroratas sobre sueños, esperanzas e ideas del futuro en un afán de dejarlos ser para no dañar su autoestima, así, como plantas en macetas, abonadas, regadas y esperar a que crezcan. Por lo pronto estos métodos nos han dado, con un poco de desequilibrio, personas geniales que han logrado avances extraordinarios en las últimas décadas y adolescentes treintones que hacen de esos inventos una plataforma para seguir en una perenne etapa de rebeldía y búsqueda de sueños, rogando no encontrarlos.

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