Algo está podrido... (1)

...o a mí nariz ya no le gusta el olor a comics.

Siempre me consideraré un hijo de Marvel en cuestión de comics, los Cuatro Fantásticos y el Hombre Araña fueron mis primeros superhéroes y a través de ellos conocí al resto de ese universo, DC y su Supermán, Batman y Mujer Maravilla llegarían más tarde y no menos fuerte, pero su simpleza nunca supero la supuesta complejidad del Universo Marvel.

Leer comics era de una sencillez absoluta, era diversión pura (a pesar de los dramones -onda la muerte de Gwen Stacy, la de Iris Allen o la de Arthur Jr. el hijo de Aquaman y Mera-) y entretenimiento fugaz, uno como fan estaba acostumbrado a que los niños atléticos se burlaran  de el gusto por los "cuentitos"; que los maestros nos los quitaran, los rompieran en plena clase o los confiscaran el resto del año; ninguna niña (por lo menos hasta que llegué a la universidad) se interesaba en cuentos, superhéroes o aventuras cósmicas. En México, a mediados de los 70 no se usaban palabras como memo, ñoño o nerd, todos éramos mensos o algo menos publicable como pendejo o imbécil (tampoco se estilaba el bullying, había escuincles ojetes y manchados que chingaban que daba gusto hasta que uno se les iba a los puños y santo remedio, nada de psicólogos, juntas de maestros y padres de familia ni pendejadillas de esas que ahora todos parecen haber olvidado). Comprarlos era una aventura en sí, primero porque nunca sabías que saldría esa semana (en Editorial Novaro y en Macc Division Historietas no eran muy fans de la continuidad) y hasta no estar frente al puesto de períodicos te enterabas y, segundo, porque no faltaba el ojetillo que, si te veía comprando cuentos, te hacía la vida de cuadritos el resto del año.

Era muy natural descubrir que alguno de tus complices lectores dejaba el vicio y, literalmente, nunca volvía a caer, ya fuera porque empezaba a salir con alguna niña, porque se metía a un equipo de algún deporte o porque, súbitamente, un día dejaba de parecerle chido leer comics y las vidas de los personajes de cuadritos empezaban a verse absurdas e irreales. Sin saberlo, ese exlector era una persona normal, saludable y formaba parte de uno de los puntos más importantes de la industria del comic; para que ésta sobreviviera era necesario que sólo un porcentaje muy bajo de lectores permaneciera fiel por más de un periodo de cinco años y pudiera ser sustituido por nuevos lectores JOVENES -que para ese entonces se refería a una camada de chavillos entre los 6 y los 8 años-, en una constante que se había mantenido, ya para los 70, en esa forma por más de 40 años, aproximadamente la base de lectores a nivel mundial se mantenía fresca con esa rotación natural que surgía al pasar a la adolescencia (+- tres años).

Algo raro pasó, pero para los 80, era cada vez mas raro encontrar nuevos lectores y sí encontrarse con los mismos, y aferrados, fans de antaño. Parecía muy padre poder formar grupos de fans que disfrutaban ese mismo gusto y poco a poco, los que crecimos leyendo cuentos o historietas, nos volvímos fans de comics, empezamos a soñar con buenas películas, con historias más serias, empezamos a disasociarnos de lo que considerábamos absurdo o bobo (y así fue como la pagó Aquaman), favoreciendo historias "maduras" en un medio que, para ese entonces tenía 50 años sobreviviendo del bolsillo de los niños, pedíamos a gritos desarrollo, crecimiento, shocks, cambios, transformaciones. Los autores profesionales empezaban a dejar paso a generaciones de fans vueltos pros (y dos corrientes empezaron a notarse, los que entendían el género y respetaban la fuente y los que no dejaban de ser fans con el poder de estar del otro lado llenos de ideas cool y de, lo que pareció, rencores a ciertos personajes); la industria vió un florecimiento creativo, los autores más viejos y los más jóvenes convivieron por un breve espacio extraordinario, en el que, entre 1980 y 1985, todo pareció ser una amalgama perfecta entre el viejo estilo y el nuevo, todo bajo la nada benevolente mirada de editores en jefe que sabían o creían saber qué era conveniente (se dice que el secreto del exito de Marvel se debía a una idea de Stan Lee que -dicen- era "nunca le des al fan lo que cree que quiere"). Desafortunadamente, la voz del fan se empezó a dejarse escuchar, de alguna forma cada vez más escandalosa, en las convenciones, en grupos organizados, en fanzines y finalmente en el surgimiento de revistas "especializadas" en el tema. 

Los lectores de comics (mega clavados) siempre hemos sido un porcentaje MUY pequeño; una raza supersticiosa llena de conceptos erróneos; un grupito de sabiondos empecinados, más papistas que el papa; una comunidad heterogénea que lo mismo lee libros, comics, ve con fanatismo el cine, se clava en la música, programas de tv y, generalmente, con un nivel de respeto y atracción por la ciencia que sólo se ve opacado por las creencias paganas que se desarrollan a lo largo de la vida. Todos creemos ser escritores, dibujantes, coloristas (raro el que quiere ser editor, letrerista o entintador) y la soberbia nos lleva a creer que sabemos más que los mismos autores (actualmente, gracias a la internet, existen personajes onda Chapoy y Origel pero clavados en el mundo del comic -y, odiosamente, maridados con el cine, los libros y la música como si fueran combos a huevo-). Peores que pestes bíblicas, nos arremolinamos detrás de autores (algunos divinizados), de supuestos expertos (que se creen divinos) y a los verdaderos dioses y sus creaciones los ignoramos, porque es mucho más cool tirar instituciones que ayudar a conservarlas.

Por exigencias del munco corporativo de los 80, fue necesario hacer cambios, que, en teoría llevarían a la industria del cómic al pináculo... y casi lo logran sacrificando al público más importante, pero fue sólo un sueño guajiro.

Mañana le seguimos...

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